La caricatura de esta semana dibuja un país que, en lugar de sostenerse como una sola pieza, aparece resquebrajado. El contorno de Colombia está atravesado por grietas, bordes irregulares y fragmentos que parecen desprenderse. Abajo, casi como si se tratara de una etiqueta puesta a última hora, cae un post-it con una palabra simple y pesada: "ESTADO". No hay escudo ni símbolo solemne. Hay un papel pegado con prisa, frágil, fácil de despegar. Y esa es, justamente, la idea: en ciertos territorios, la presencia institucional se siente así, como un rótulo precario, como una promesa que no aguanta.
Lo que la imagen pone sobre la mesa
La escena dialoga con un hecho que se repite en la historia reciente del país: la intermitencia de las garantías que deberían ser permanentes. Esta semana, el Cauca volvió a recordarlo. En el municipio de Buenos Aires, la violencia se expresó otra vez en enfrentamientos armados y en ese miedo que se vuelve rutina para quienes viven ahí. Más allá de la raíz del conflicto, de los actores que se disputan el control o de las soluciones que se anuncian, hay un elemento constante: en estas regiones, la vida civil queda atrapada en una zona de incertidumbre donde la seguridad, la movilidad, la atención estatal y los servicios básicos aparecen como algo irregular, episódico, insuficiente.
Un mapa que también habla de lo cotidiano
La caricatura no intenta explicar el conflicto: lo muestra. Las fisuras sobre el territorio sugieren un deterioro acumulado, como si el país se hubiera acostumbrado a que, en ciertas partes del mapa, la institucionalidad no sea estructura sino sombra. El "Estado" que cae no es una idea abstracta. Es lo que se espera en lo concreto: protección, justicia, escuela abierta, un puesto de salud funcionando, carreteras transitables, presencia real cuando hay amenazas. Cosas básicas, casi obvias, pero que en demasiados lugares dependen del día, del momento, del control del territorio o, peor, de la suerte.
