
Camilo Echeverry, uno de los artistas colombianos más exitosos de la escena musical actual, no solo continúa cosechando logros en su carrera —como su reciente nominación a los Latin Grammy en la categoría de Mejor Canción por Querida yo, tema que interpreta junto a Yami Safdie—, sino que también se muestra cada vez más abierto y emotivo al hablar de su vida familiar.
Durante una reciente entrevista en el programa español El Hormiguero, el cantante dejó a la audiencia completamente boquiabierta al revelar dos peculiares recuerdos que conserva en su hogar: cuadros hechos con la sangre de sus propias hijas.
Un cuadro con la primera caída de Índigo
Camilo Echeverry, casado con Evaluna Montaner e hijo político del reconocido artista Ricardo Montaner, compartió una historia muy personal sobre su hija mayor, Índigo. Según relató, todo ocurrió durante un viaje familiar a Japón, cuando la pequeña apenas tenía un año y comenzaba a dar sus primeros pasos.
"Se tropezó con el borde de una mesa y sangró un poquito”, contó el cantante. “Me abrazó, y yo tenía una camisa blanca con una marca de sangre. Dije: ‘Guau, es la primera caída de un ser humano’. Así que decidí convertir ese momento en un cuadro”.
El resultado fue una obra que hoy cuelga en su casa y que lleva por título La sangre de un inocente.
El nacimiento de Amaranto, otro momento enmarcado
Pero la historia no termina allí. Camilo también compartió una anécdota impactante sobre el nacimiento de su segunda hija, Amaranto, quien llegó al mundo en un parto en casa tan rápido que la partera no alcanzó a llegar a tiempo.
“Por dos minutos no llegó, y fui yo quien recibió a Amaranto”, recordó emocionado. “Fue una de las experiencias más locas de mi vida”.
Ese momento, lleno de adrenalina y emoción, también quedó plasmado en una obra muy poco convencional. El cantante contó que, al recibir la placenta, sus manos quedaron completamente ensangrentadas, y su primera reacción fue artística:
“Yo decía: ‘Alguien que me pase un cuadro’. Le quitamos la funda a una almohada, le puse las manos y lo mandamos enmarcar”.
Ese segundo cuadro, hecho con sus propias manos manchadas de sangre, cuelga ahora en el centro del dormitorio de la pareja como símbolo de una noche inolvidable.