
Repugnancia. Eso fue lo que sintió Dayan Jiménez cuando se disponía a dormir y una guardiana le gritó al oído: “¡Como no trajo colchoneta vaya y saque una de la basura!… Con ese grito quién no hace caso, de modo que saqué una colchoneta de un contenedor y estaba sucia de vómito, sangre y mierda”.
La cita con Dayan se dio en una de las salas de la escuela de teatro Casa Libertad. Había terminado su clase de expresión corporal y estaba sudando, trató como pudo de organizarse el cabello y brindar su mejor sonrisa para sentarse a relatar la peor experiencia de su vida.
“Hice una apuesta y perdí”
Dayan viene de una familia numerosa, es la hija número doce. Nació y creció en Barranquilla. Su madre falleció de muerte natural, a su padre lo mató el mejor amigo y cinco de sus hermanos también fueron asesinados.
Fue madre a los trece años. Tomó la decisión de irse a España cuando tenía ‘veintipico’ huyendo de “muchas circunstancias”, ella no quería que sus hijos crecieran en este país. En Castilla La Mancha, cerca de Madrid, se defendió como camarera de etiqueta y feriante.
Un día se reunió con un grupo de amigos, entre tragos y risas uno de ellos propuso una apuesta, todos se miraron entre sí y lo tomaron al principio como una broma, pero la cosa se puso seria, el hombre se paró y miró a Dayan y le dijo: “A que no es capaz”, ella fijamente le miró a los ojos y respondió: “A que sí”.
La cogieron en el aeropuerto El Dorado rumbo a tomar un vuelo a España, llevaba en su equipaje kilos de cocaína escondidos lo mejor posible entre sus pertenencias.
Una vez en El Buen Pastor y luego de recoger aquella colchoneta sucia la llevaron al patio de las 'altas'. "Yo les respondí que era bajita (Dayan suelta una carcajada al recordar su respuesta)…‘Las altas’ son las nuevas, me aclararon”. Alza las cejas, abre los ojos y continúa: “Resulta que me llevé una sorpresa porque me encontré con unas internas que eran grandes personas”.
Recuerda cómo se le puso la piel de gallina y el frío penetraba los huesos. Una mujer que recién había dado a luz le prestó su manta, un poco sucia de leche materna, pero a Dayan no le importó y se arropó con ella. “Tire esa colchoneta”, le dijo otra reclusa y amablemente le brindó la mitad de la suya, mientras que otra ‘alta’ le daba café.
“El teatro mi libertad”
Dos meses después de estar en prisión se corre la voz de una convocatoria para participar en un grupo de teatro. Dayan asistió al casting por curiosidad, pero no con mucho ánimo. Les dieron permiso de salir hasta el Parque de la 93 para dar lo mejor de sí frente a la actriz Johana Bahamón.
Recuerda que le pasaron un libreto de la obra ‘La casa de Bernarda Alba’ de Federico García Lorca, interpretó a uno de los personajes y fue seleccionada, así empezó todo.
Pero el quedar en el grupo no la emocionó tanto, se sentía derrotada. “Yo decía: no pues gran cosa, ¿esto me va a dar la libertad’, ¿me va a llevar pa’ mi casa? estaba realmente jodida... Luego me acordé de lo que había estudiado antes. Empecé a ver que salir del patio era una bendición, empieza uno a sentir que el teatro es como libertad dentro del encierro”, le brillan los ojos al decir esto.
Un día Bahamón les dice que tendrán su primera función, que sería en la cárcel La Modelo. “Allá las van a violar, les van a faltar al respeto, ¿cuántos años esos hombres sin ver mujer?”, les decían las guardias para intimidarlas; ellas por su lado pensaban “y nosotras tampoco hemos visto hombres”.
“Yo creo que ese ha sido el mejor público que hemos tenido”. Al llegar al lugar un grupo de hombres las recibe y las guía hasta la capilla, donde habían preparado un escenario y un camerino, “¿mami quiere agua? Aquí está el refrigerio niña”, de una forma atenta, amable y respetuosa las trataron los presidiarios.
Dice aún asombrada: “De por Dios, nos trataron como princesas... Son caballeros que ya uno ni en la calle se encuentra. Creo que afuera pierden el respeto por las mujeres y allá adentro aprenden a valorarnos”.
Dayan suelta una carcajada de unos segundos, había recordado algo: “¡Más de una salió con novio! Intercambiaron teléfonos porque allá en la reclusión hay extensiones donde se puede llamar de cárcel a cárcel... Los del patio tres son grandotes porque hacen mucho gimnasio y unas decían que guapo aquel y la otra no aquel”.
Sin embargo, nunca se dio cuenta que algún romance se llevara a cabo telefónicamente: “era como una ilusión, el me llamas yo te llamo, recibir una carta hace mucha ilusión ahí dentro".
Luego se presentaron en el Gimnasio Moderno, en Corferias, luego en la Defensoría del Pueblo, y por último la gran función en el teatro Fanny Mikey.
Con tremendo éxito Johana, Victoria y las presidiarias quisieron arriesgarse y montaron ‘Yo soy Antígona’, apenas se menciona el nombre de la obra Dayan se lleva la mano izquierda a la frente y dice, “madre mía esa obra armó tremendo follón”.
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Basada en la tragedia griega de Sófocles, ‘Antígona’ fue adaptada a la vida en la cárcel. Refleja maltratos, abuso de poder y hasta torturas ocurridas en el penal. Esto enfureció a ciertos guardias del Inpec que censuraron al instante. Ellas siguieron con la bandera en pie, “De algún modo debíamos denunciar el maltrato de algunos guardias”, comenta.
