A raíz del atentado que tiene entre la vida y la muerte a Miguel Uribe, la sociedad colombiana volvió a oír —de pasada, porque estas cosas aquí la gente las oye como quien oye llover— sobre una de las “genialidades” de Gustavo Petro: el programa “Jóvenes en Paz”. Todos vimos en varios videos al “niño” que estuvo en ese programa, como actuó con precisión, frialdad y “profesionalidad admirable”; empuñando el arma con las dos manos “como debe ser”. En fin, con un mérito digno de mejores causas. El sicario se ve que fue contratado por alguien que sabía de su experiencia, por alguien que sabía que no debía fallar. “Lo hice por plata”, dijo tras su captura la criaturita.
No voy a entrar en las causas de por qué Colombia esté llena de angelitos así. Otros se ocupan de estudiar esas cosas, y allá ellos si piensan que sus estudios y teorías sirven para algo. Quiero es reflexionar sobre la perversa iniciativa del presidente de dar plata para que no maten. Miren, los gobiernos, todos los gobiernos, suelen tener iniciativas buenas, regulares, discutibles, malas, idiotas y “Jóvenes en Paz”. ¡Dar plata para que no maten! Esa iniciativa no se le ocurre ni al que asó la manteca.
Solo un iluminado enfermizo como Gustavo Petro, que con sus iniciativas delirantes lleva a este país al abismo, puede pensar, como en el gobierno de la vecina Venezuela, que tiene —o ha tenido, ya no lo sé— un ministerio de la Felicidad, no sabe que prometer el cielo en la tierra genera resultados opuestos y es causa solo de represión, sufrimiento y autoritarismo.
El economista Thomas Sowell lo advirtió con claridad hace tiempo: “No hay soluciones, solo hay incentivos”. Y los incentivos de “Jóvenes en Paz” son, sencillamente, una invitación a la perversión. Cuando el Estado paga a quienes podrían delinquir para que no lo hagan, está creando una industria del chantaje. ¿Por qué esforzarse en estudiar o trabajar si la recompensa se otorga al que representa un peligro? ¿Qué mensaje reciben los millones de jóvenes que, a pesar de la pobreza y la adversidad, eligen el camino recto?
La legitimación de la criminalidad como vía de ascenso social es el peor legado que puede dejar un gobierno. Eso, como tantas cosas que está haciendo Petro, no hace más que causar un daño irreversible a la sociedad. Otro pensador, del que seguramente Petro no conoce ni la tapa de sus libros, Karl Popper, dijo: “quien promete el cielo en la tierra, nunca ha producido nada, salvo un infierno”. “Jóvenes en Paz” no es una política social; es la institucionalización del chantaje y la derrota de la civilización.
La lógica aberrante de esta iniciativa gubernamental —lógica, que además es un insulto a la inteligencia— es profundamente destructiva. No solo perpetúa el círculo de la violencia, sino que lo institucionaliza. Le dice a toda una generación que la virtud, el esfuerzo y la honestidad no valen nada frente al chantaje y la amenaza. Es, en esencia, un subsidio a la extorsión social.
Los incentivos no pueden ser para el potencial criminal, sino para el joven que, pese a la adversidad, elige el camino correcto. El Estado debe invertir en educación, en empleo, en oportunidades reales, no en cheques en blanco para quienes amenazan con la violencia. La justicia social no se construye premiando al victimario, sino dignificando a la víctima y al ciudadano honesto.
“Jóvenes en Paz” es una vergüenza nacional, un monumento a la mediocridad moral y al fracaso político. A ver si una vez que el país salga de esta pesadilla anunciada que es el gobierno de Gustavo Petro (¿es que la gente antes de votar no se enteró lo que fue su alcaldía de Bogotá?), llega alguien no dispuesto a premiar el miedo, la amenaza; que apueste por la esperanza, no por el terror.
Uno, a estas alturas de la vida ya lo duda, conociendo la clase política colombiana. No hay que olvidar que la actual pesadilla no es gratuita. En política las cuentas siempre terminan por pagarse y en este momento, con Gustavo Petro, los colombianos estamos pagando cuentas del pasado. Pero que la gente joven sepa, aunque en su país hoy no los premien: hay unos valores universales basados en la dignidad, el esfuerzo y la justicia.