Juan Pablo Manjarres

Joven ibaguereño, ganador del modelo congreso estudiantil de Colombia 2020, ganador del concurso de oratoria y argumentación politica "Jorge Eliecer Gaitán" 2022, estudiante de derecho y un protector de la educación.

Juan Pablo Manjarres

¿Y si dejamos que los niños sean niños?

No sé en qué momento ser niño dejó de ser suficiente. Antes, en el salón de clases, las respuestas a “¿qué quieres ser cuando grande?” eran simples, hasta tiernas: “doctora”, “maestra”, “futbolista”, “chef”. Ahora escucho cosas como “quiero ser youtuber”, “famosa en TikTok”, “influencer”, “streamer de videojuegos”. Y no lo dicen en broma. Lo dicen convencidos, con el mismo tono con el que antes alguien decía “astronauta”.

No se trata de juzgar esos sueños. Las plataformas digitales son parte de nuestro mundo y, bien usadas, pueden ser herramientas poderosas de creatividad, comunicación y aprendizaje. Lo preocupante no es el sueño en sí, sino el camino que lo alimenta: la urgencia por ser vistos, validados, admirados… por desconocidos. La sensación de que, si no te siguen, no existes. La idea de que tu valor depende de cuántas veces fuiste compartido o comentado.

Cada vez más niños y niñas llegan al colegio repitiendo frases sacadas de contenido viral, muchos con lenguaje sexualizado, burlas o retos peligrosos. Lo hacen sin entender lo que dicen, sin medir los riesgos, pero buscando algo que muchos adultos tampoco logran nombrar: aceptación.

Y aquí es donde empieza el verdadero problema. La exposición digital, cuando es temprana y sin acompañamiento, no educa: distorsiona. Hace que niñas de 8 años midan su belleza con filtros irreales. Que niños de 9 se frustren por no tener un celular de última gama. Que los juegos de patio se cambien por coreografías para subir. Que los secretos de la infancia ya no existan, porque todo es “contenido”.

¿Quién les enseñó eso? ¿Quién les vendió la idea de que valen por cuántos likes tienen? ¿Quién les dejó crecer creyendo que la vida es una historia de 15 segundos?

No fueron ellos. Fuimos nosotros.

Fuimos los adultos que aplauden sin mirar. Que graban sin pensar. Que suben videos de sus hijos “bailando graciosos” sin imaginar que ese mismo video será visto por miles —o millones— de desconocidos, muchos con intenciones que no son ni graciosas ni inocentes. Fuimos los adultos, que creemos que mientras estén entretenidos y callados, todo está bien.

Hemos confundido visibilidad con bienestar. Y eso, en el mundo infantil, es un error costoso. Porque no hay algoritmo que entienda lo que necesita un niño. Y no hay trending que reemplace un abrazo, una conversación o un límite claro.

El aula de clases, por ejemplo, no es un spot de TikTok; y de eso ya dediqué una columna. Si convertimos la escuela en un escenario para viralizar contenido, le quitamos su esencia. Y lo más grave: le robamos a los niños la posibilidad de equivocarse en privado, de aprender sin ser juzgados por una audiencia anónima.

Porque crecer ya es suficientemente difícil sin cámaras. Pero cuando cada error se graba, se sube y se comenta, ya no estamos educando: estamos exponiendo.

No se trata de satanizar la tecnología ni de criar en cuevas. Se trata de presencia. De equilibrio. De enseñarles a los niños que el mundo digital puede ser una herramienta, no una cárcel. Que pueden crear, jugar y compartir sin necesidad de hipotecar su intimidad. Que tienen derecho a una infancia sin presión por likes, sin comparaciones constantes, sin sentir que, si no publican, no existen.

Y para eso estamos nosotros: los adultos. Madres, padres, profes, cuidadores, sociedad entera. Porque cuidar la infancia no es evitarles todo, sino acompañarlos en todo. Con amor, con límites, con criterio. Dejando de normalizar lo que no es normal. Recuperando el valor de lo pequeño: una conversación sin pantallas, un juego sin fotos, un “te quiero” que no necesita WiFi.

Nuestros niños no necesitan cámaras. Necesitan miradas reales. No necesitan audiencias. Necesitan presencia. No necesitan validación externa. Necesitan autoestima, tiempo, juego, errores, ternura. Necesitan un mundo que no los convierta en producto, sino que los reconozca como personas.

La infancia no es una etapa de paso para volverse viral. Es un derecho. Es un territorio sagrado. Y si no lo defendemos hoy, mañana será muy tarde.

Así que la próxima vez que tu hijo o hija diga que quiere ser influencer, no lo ignores, pero tampoco lo idealices. Escucha. Acompaña. Pregunta por qué. Explora con él otras formas de brillar. Y recuérdale, siempre, que su valor no está en la pantalla… sino en todo lo que es cuando nadie lo está mirando.

Creado Por
Juan Pablo Manjarres
Más KienyKe
Jaime Granados, defensa de Álvaro Uribe, confirmó en una reciente entrevista que se radicará recurso de apelación.
Diversas personalidades del ámbito político, procedentes de diferentes partidos, se pronunciaron tras conocerse la decisión judicial contra el expresidente Álvaro Uribe, en la que se le imputan dos de los tres cargos.
La decisión es histórica y se convierte en la noticia judicial más importante de la última década en Colombia.
"Respetar la justicia es deber de todos", Defensora del Pueblo pide acatar fallo contra Álvaro Uribe.
Kien Opina