Bogotá despierta cada día con un pulso inquieto. El lunes 7 de abril de 2025, mientras el sol apenas calentaba las calles del noroccidente, un hombre fue despojado de 700,000 pesos en el parqueadero del Portal 80, un centro comercial que debería ser refugio, no escenario de atracos. Horas después, la Policía Metropolitana anunciaba con orgullo la captura del "Clan Azul" en San Bernardo, una banda vinculada a hurtos y extorsión, desmantelada con el apoyo de drones y cámaras. Al mismo tiempo, la ciudad exhibía su última apuesta tecnológica: nuevas cámaras multisensor que prometen vigilar lo que los ojos humanos no alcanzan. Es un contraste que define a Bogotá hoy: pasos hacia adelante en una carrera que nunca termina, en una urbe donde la seguridad sigue siendo un anhelo esquivo.
La tecnología es el estandarte del momento. Las nuevas cámaras, anunciadas por el distrito, no son solo lentes; son una declaración de intenciones. Con sensores avanzados y conexión al Centro de Comando C4, buscan cubrir las grietas que la policía, con apenas 17,000 efectivos para ocho millones de habitantes, no puede tapar sola. En un operativo reciente en el sur, reportado por el gobierno distrital, la combinación de drones, inteligencia artificial y patrullas mixtas desarticuló una red de microtráfico. Los números respaldan la esperanza: el hurto a personas bajó un 17% en 2024 frente a 2023, según la Secretaría de Seguridad. Londres, con su red de 600,000 cámaras, resolvió el 70% de los crímenes violentos en una década. Bogotá, con su plan de llegar a 18,000, podría soñar con algo similar. El mensaje es claro: ver más para temer menos.
Pero los lentes no lo ven todo. El robo en el Portal 80, reportado por medios locales, no ocurrió en un callejón oscuro, sino en un espacio supuestamente seguro, bajo la mirada de una vigilancia privada que falló y una policía que llegó tarde. La víctima no solo perdió dinero; perdió confianza. Este no es un caso aislado. En Engativá, motoatracadores siguen sembrando terror, mientras en Los Mártires el hurto sigue siendo rey. Nueva York, con 15,000 cámaras, vio caer el crimen solo un 5% en zonas vigiladas entre 2010 y 2020, porque los delincuentes se mudan a donde las sombras persisten. Bogotá enfrenta lo mismo: tecnología que ilumina el norte, pero deja el sur en penumbra, donde la falta de pavimento y buses agrava la vulnerabilidad. Las cámaras capturan, pero no previenen; graban, pero no reparan.
La desigualdad urbana es el telón de fondo. Bogotá es una ciudad de dos caras: el norte, con sus centros comerciales y avenidas, frente al sur, donde la infraestructura es un lujo. El "Clan Azul" operaba en San Bernardo, un barrio olvidado hasta que el delito lo puso en el mapa. Los operativos son un triunfo, pero llegan después del daño. En São Paulo, triplicar las cámaras en 2018 desplazó el crimen a suburbios sin cobertura, mientras el presupuesto se agotaba en cables y no en escuelas. Bogotá arriesga lo mismo: una seguridad que protege a quien ya está a salvo, mientras Kennedy y Suba, con más hurtos según la Veeduría Distrital, esperan su turno. La tecnología no une una ciudad; solo la refleja.
Y luego está la confianza, ese hilo frágil que el hurto en el Portal 80 cortó. Más cámaras pueden identificar a los del "Clan Azul", pero no devuelven la fe en un sistema que cojea. En 2024, solo el 10% de los hurtos denunciados terminó en condena, según la Fiscalía. En China, 200 millones de cámaras han aplastado el crimen, pero a costa de una vigilancia que sofoca. Bogotá no quiere eso, pero necesita más que imágenes: una justicia que sancione, una policía que llegue a tiempo, un gobierno que no deje el Portal 80 a su suerte. La ciudadanía aplaude las capturas, pero teme que sean solo titulares.
No niego el valor de las cámaras ni los operativos. Desmantelar bandas como el "Clan Azul" es un golpe necesario, y la tecnología puede ser un puente hacia calles menos hostiles. Medellín lo probó: su red de vigilancia, combinada con teleféricos y bibliotecas, cortó el crimen un 30% en una década, según el Banco Interamericano de Desarrollo. Bogotá podría seguir ese camino, pero no con lentes solos. Imagino una ciudad donde las cámaras no solo miren, sino guíen: a más buses que lleguen, a barrios que dejen de ser islas, a una justicia que no archive. Critico la ilusión de que vigilar basta, porque el delito no teme ser visto; teme ser detenido.
Bogotá no será segura por tener más ojos, sino por cerrar sus brechas. Mientras el Portal 80 siga vulnerable y San Bernardo espere más que drones, las cámaras serán un consuelo, no una cura. Galán tiene la chance de tejer una estrategia que no solo filme la ciudad, sino que la transforme. Por ahora, Bogotá sigue en sombras, buscando luz en cada esquina.