Los algoritmos gobiernan en silencio. Un día hablas de zapatos deportivos y, de repente, tu celular empieza a mostrarte anuncios sobre ese producto. Ves un video de política y terminas atrapado de clips electorales. Nada es casualidad, nos ordenan la vida digital.
Su influencia es brutal. Lo que aparece en las redes no es asunto del azar, sino de fórmulas matemáticas que deciden qué noticias leer, qué música escuchar o qué candidato merece tu atención. El ciudadano moderno, más que elegir, es conducido sin darse cuenta por estos sistemas. Definen hasta de qué hablamos.
Las emociones en las que más enfatizan son el miedo, la rabia y la indignación. Generan más tiempo de conexión, por eso lo que más aparece no es necesariamente lo más cierto o útil, sino lo que polariza. La viralidad manda sobre la verdad.
En tiempos electorales se acentúa. Una frase polémica, un gesto calculado o rumor bien sembrado basta para que un candidato sea tendencia. No importa tanto la propuesta, sino la capacidad de activar al algoritmo. En ese escenario, las campañas electorales se juegan menos en plazas públicas y más en pantallas.
El filósofo Daniel Innerarity lo advierte con claridad: “El incremento de sistemas de decisión conducidos por algoritmos significa que las máquinas apoyan a los humanos en sus decisiones e incluso los sustituyen, en parte o completamente”. Es decir, cada vez más dejamos que la máquina piense por nosotros.
Y agrega: “El cómodo paternalismo de las sociedades algorítmicas consiste en que da a las personas lo que estas quieren, que se adelanta, invita y sugiere. Trasladar este modelo a la política no tendría mayores problemas si no fuera porque el precio de estas prestaciones suele ser el sacrificio de alguna esfera de libertad personal”.
Ese es el dilema. Nos ofrecen comodidad, pero a cambio entregamos autonomía. Cada recomendación, tendencia y noticia que aparece en nuestro feed es parte de un guión diseñado para mantenernos conectados, entretenidos y, muchas veces, manipulados.
Moldean la opinión pública con una fuerza incuestionable. Capturan uno de los bienes más preciados en la actualidad: Nuestra atención y nos convertimos en un usuario programado.
La solución no es huir de la tecnología, sino aprender a usarla con pensamiento crítico, contrastar fuentes, exigir transparencia a las plataformas y recordar que elegir sigue siendo un acto humano. Porque si no lo hacemos, los algoritmos seguirán gobernando en silencio, mientras creemos que somos nosotros quienes mandamos.