Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

El precio de abrir la puerta

Hay gestos políticos que cambian la historia más que una guerra. En febrero de 1972, Richard Nixon aterrizó en Pekín para reunirse con Mao Tsetung. Aquella visita, concebida como una maniobra táctica contra Moscú, abrió un ciclo que terminaría transformando el orden mundial.

Un embajador de España en China, a quien conocí hace más de treinta años en el ejercicio de su gestión en Pekín, acaba de publicar un lúcido libro sobre ese fenómeno, Medio siglo desde que Nixon se abrió a China, que es fruto de una situación excepcional: Eugenio Bregolat fue tres veces embajador en China y por tanto testigo privilegiado de la transformación de un país pobre en superpotencia.

 Su tesis es clara y perturbadora al mismo tiempo: al intentar debilitar a la Unión Soviética, Estados Unidos puso en marcha un proceso que acabaría haciendo poderoso a su futuro rival. Lo que comenzó como una jugada geopolítica se convirtió en una transferencia masiva de poder económico, tecnológico y político hacia China. “El viaje de Nixon —escribe Bregolat— fue el primer paso de una globalización que terminaría desbordando a su artífice”.

La apertura de China recuerda Bregolat, no fue espontánea ni inevitable. El ingreso en la ONU, la normalización de relaciones diplomáticas y la liberalización económica fueron pasos calculados. Mientras Pekín buscaba modernizarse sin perder el control político, Washington creía que el comercio traería consigo la democracia. Ese cálculo resultó errado: China adoptó el capitalismo sin renunciar al autoritarismo y utilizó la globalización como palanca de poder.

Uno de los capítulos más lúcidos del libro es la revisión que hace de los años posteriores a la tragedia de Tiananmen. La represión de 1989 destruyó las ilusiones de quienes esperábamos una transición política (ingenuamente muchos pensamos que los cambios de Gorbachov en la Unión Soviética por aquella época acabarían convirtiendo a China en una democracia). Se frenó la evolución política pero no el intercambio económico. George H.W. Bush, que había sido jefe de la oficina de enlace estadounidense en Pekín, mantudo discretamente canales abiertos con el régimen chino. Indignación moral y pragmatismo estratégico, dice el autor.

Vale la pena detenerse en un capítulo titulado “Los trastornos del sistema político estadounidense”, donde Bregolat sostiene que el problema de Estados Unidos no es China, sino su incapacidad para pensar a largo plazo. Una democracia atrapada en ciclos electorales de cuatro años dice, no puede competir con un Estado que planifica a treinta. Mientras Washington se polariza y se paraliza, Pekín ejecuta.

Esa asimetría explica buena parte del desconcierto actual. La fascinación inicial de los años de Clinton dio paso al recelo de la era Trump y a la competencia estructural con Biden. Occidente esperaba una China “como nosotros” y se encontró con otra cosa: un modelo híbrido de capitalismo autoritario que combina eficiencia económica con control político. 

 

El epílogo del libro ofrece una mirada europea especialmente pertinente. Bregolat advierte que Europa corre el riesgo de quedar atrapada entre Washington y Pekín si no define su propio proyecto estratégico. En su visión, el Viejo Continente debe recuperar la autonomía de pensamiento: “O Europa piensa por sí misma o será pensada por otros”.

Se publican constantemente libros sobre China, por lo general tomando partido o cuestionando al gigante asiático, en pro o en contra. Este libro no es una apología de Pekín ni una condena de Washington. Es, más bien, un ejercicio de comprensión histórica. Con prosa sobria y juicio equilibrado, Eugenio Bregolat muestra cómo decisiones de ayer moldearon un presente que pocos previeron: el intento de contener a una superpotencia acabó creando otra.

Cincuenta años después del apretón de manos entre Nixon y Mao, el autor invita a releer aquel gesto con la distancia del tiempo. En geopolítica —es una de sus conclusiones— las aperturas más audaces suelen tener consecuencias imprevistas. El mérito del libro es recordarlo con la voz serena de quien ha visto el poder cambiar de manos y entiende que el futuro, como las puertas que se abren, siempre tiene dos caras.

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