Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

El Tíbet de América se pronuncia sobre Cachemira

El comunicado de la Cancillería colombiana expresando al “Gobierno de Pakistán sus sentidas condolencias por las víctimas del ataque con misiles por parte de  India” tiene, en el ámbito diplomático, el mismo efecto de un tarántula en un pastel de boda. “¿Pero quién está al mando del ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia?” se habrá preguntado más de un diplomático. “Bueno —habría que decirle— una señora que afirma que está allí para aprender”. Eso se nota. Un ex embajador de Colombia en Indonesia, don Alfonso Garzón, escribió en una red social esta semana, a propósito de este pronunciamiento del Gobierno: “definitivamente tenemos a un pirómano cuidando los depósitos de combustibles en Colombia”.

Las cancillerías que saben de este asunto lo manejan con pinzas cada vez que salta allí una chispa; y desde luego, evitan tomar partido, que es lo que ha hecho Colombia en este caso. Se trata, para los expertos, del lugar más peligroso del mundo porque es la frontera de tres potencia nucleares. El conflicto se remonta a 1947 con lo que Gandhi consideró que era la mayor tragedia para la India independiente. La partición del subcontinente y la creación de un nuevo estado, Pakistán, es una herida que para la India no deja de sangrar desde aquella fecha.

Y esa chispa volvió a saltar el pasado 22 de abril en el valle Baisaran, cuando un atentado terrorista contra un grupo de turistas indios dejó un saldo de veintiséis personas muertas y al menos diecisiete heridos. Estamos hablando de Cachemira, una región que se disputan ambos países; y en donde, por si fuera poco, tiene también China interés geoestratégico (en la partición, Pekín se pidió una parte de aquel territorio). La autoría de la matanza fue reivindicada por un grupo que se hace llamar Frente de Resistencia (TRF) que, según la inteligencia india, está alimentado por la inteligencia militar paquistaní. Obviamente, Pakistán niega cualquier implicación en los hechos.

Este último atentado no es ninguna novedad. Ni es nuevo que India atribuya al terrorismo de estado la matanza. La novedad radica en que la India de Nerendra Modi no es la misma de hace dos décadas. La India tiene prohibido en su Constitución “iniciar” un ataque nuclear (no lo tiene “responder”, si es que tal cosa se puede hacer después). Pero esa doctrina de contención ha sido sustituida en el gobierno de Modi por la de un castigo proporcional y evidente a los ataques terroristas. 

Así pues, tras el último atentado, el gobierno de Nueva Delhi desplegó una artillería pesada que es tan dura como la de las armas: la diplomática y económica. Suspendió el Tratado de Aguas del Indo. Es decir, deja a Pakistán sin el recurso indispensable para su seguridad. Dicho tratado, que se remonta a los años sesenta del siglo pasado, es esencial para la supervivencia de Pakistán porque suministra la mayor parte del agua dulce del país y alimenta casi el 90% de su agricultura de regadío. La alteración, que es lo que ha hecho la India en represalia del último atentado, tiene consecuencias devastadoras para su economía, seguridad alimentaria y estabilidad social. Además, el gobierno de Nerendra Modi cerró un importante paso fronterizo, Attari-Wagah, canceló los visados y expulsó a diplomáticos pakistaníes. La secuela ya la hemos podido seguir en la prensa internacional: intercambio de misiles.

Tanto India como Pakistán se encuentran en un momento de fuerte polarización de sus identidades religiosas. Y uno de los factores que envenenan la situación de Cachemira es la profesión de fe musulmana por parte de su población. El hecho de ser Pakistán un país mayoritariamente suní explica la opción que los dirigentes regionales tomaron con respecto a su pertenencia a la India en el momento de la partición. Hoy, la población musulmana de la Cachemira india es mayoritariamente chií, mientras en la Cachemira pakistaní son de mayoría suníes; con conflictos esporádicos entre ambas comunidades, particularmente en el lado pakistaní.

Comoquiera que sea, en un mundo que se transforma el escenario cachemir parece haberse detenido en el tiempo, a pesar de las diversas fuerzas que intentan cambiar el statu quo que mantiene esta región del Himalaya, inmersa en un conflicto congelado de difícil solución. Las posturas tanto de India como de Pakistán sobre aquellos valles y cumbres en donde se cruzan no solo placas tectónicas, sino tensiones históricas, pasiones religiosas, ambiciones geopolíticas y heridas por cicatrizar desde el siglo pasado parecen irreconciliables.

Demasiado para que una cancillería en el Tíbet de América maneje a la ligera, dando palos de ciego, mostrando irresponsabilidad; y lo que es peor, ignorancia.

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