Resulta curioso (aunque ya no sorprendente) que cada paso del Gobierno hacia el fortalecimiento de nuestras relaciones internacionales despierte una tormenta de críticas, muchas de ellas construidas más desde el desconocimiento que desde el argumento. La más reciente víctima del escándalo artificial: la adhesión de Colombia a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China. Sí, esa que algunos han querido pintar como una cesión de soberanía o un acto clandestino. Spoiler: no lo es.
Vamos por partes. La adhesión a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) no implica tratados internacionales ni crea obligaciones jurídicas vinculantes para Colombia. Es una carta de intención, un memorando de entendimiento, como los que firman decenas de países cada año. Y eso, señoras y señores, no requiere aprobación del Congreso. Lo dice la Constitución (artículo 189, numeral 2) y lo han reiterado tanto la Corte Constitucional como el Consejo de Estado: los convenios que no generan compromisos obligatorios pueden ser firmados directamente por el Presidente.
Quienes desde el Congreso aseguran que el ingreso a la Ruta de la Seda debe pasar por el legislativo so pena de ser ilegal se olvidan de la función constitucional que tiene el Presidente como jefe de Estado de dirigir las relaciones internacionales, como si por ignorancia o quizás de manera deliberada estuvieran planteado desconocer una de las atribuciones que la nuestra carta magna le da a quien ocupa la Presidencia.
Pero más allá del plano legal, hablemos del sentido común. Colombia ya comercia con China. De hecho, es nuestro segundo socio comercial después de Estados Unidos. Cada día entran y salen productos, inversiones y tecnología. Empresas colombianas venden carne, flores, café y minerales al gigante asiático. ¿O acaso creen que eso ocurre por arte de magia?
Lo que hace esta adhesión es profundizar ese camino: abre puertas a nuevas oportunidades, mejora las condiciones para atraer inversión en infraestructura, innovación, agricultura y más. No nos ata; nos conecta. Y, por cierto, hasta los Estados Unidos—sí, esos que algunos citan como ejemplo cada vez que pueden—negocian con China todos los días. ¿O alguien se ha enterado de que Amazon, Apple o Tesla dejaron de producir allá por una cuestión de principios geopolíticos?
Aquí lo que molesta a ciertos sectores no es la adhesión a la Ruta de la Seda, sino que no fueron ellos quienes la firmaron. Les incomoda ver al presidente Gustavo Petro hablando con Xi Jinping, porque no soportan que la política exterior se ejerza con autonomía y mirada global. Pero tranquilos: no hay ninguna conspiración en marcha. No vamos a entregar el Canal de Panamá (como en los memes), ni a convertirnos en colonia oriental. Solo estamos negociando mejor, como lo hacen los países que entienden que en el siglo XXI la soberanía también se defiende con acuerdos, no con miedos.
Bienvenida la Ruta de la Seda. Porque Colombia no puede seguir mirando al mundo con un solo ojo.