Helmuhd Luvin Moreno Guevara

Comunicador Social - Periodista, MBA y Especialista en Alta Gerencia, con más de 20 años de experiencia en comunicación digital, marketing y periodismo. Docente universitario, apasionado por la inteligencia artificial, las redes sociales y la innovación tecnológica.

Helmuhd Luvin Moreno Guevara

La ciencia no usa pronombres

El debate sobre la inclusión de mujeres transgénero en las categorías femeninas deportivas no es solo una bandera de igualdad; es una disección quirúrgica del cuerpo humano. Y la ciencia, implacable, ha puesto sobre la mesa cifras que pesan más que los discursos.

En 2021 y 2022, el British Journal of Sports Medicine, una especie de biblia de la medicina deportiva, publicó hallazgos que desnudan una verdad incómoda. La terapia hormonal puede domar la testosterona, pero no puede borrar las huellas que deja la pubertad masculina en el esqueleto.

El legado de una hormona

Durante la adolescencia, la testosterona esculpe el cuerpo como un cincel invisible. Alarga los huesos, ensancha los hombros, densifica la masa ósea y expande la capacidad pulmonar. Es una metamorfosis silenciosa y natural que deja al cuerpo masculino preparado para resistir, empujar y golpear con una eficiencia que ningún tratamiento posterior puede deshacer del todo.

Los científicos lo llaman ventaja residual. Un término frío, casi quirúrgico, para describir algo que en los deportes de combate, como el boxeo o las artes marciales mixtas, puede traducirse en fracturas, desmayos o derrotas inevitables.

El combate que nadie ve

Un lamentable ejemplo de lo anterior, lo protagonizó Fallon Fox quien durante seis años fue hombre, después mujer boxeadora, disciplinada y valiente. En 2014, dentro de una jaula de acero, enfrentó a Tamikka Brents, otra peleadora con experiencia y orgullo. El combate duró poco. Fox la derribó con una combinación seca de puños y rodillas. Brents terminó con una fractura de cráneo y siete puntos de sutura. Días después, pronunció una frase que rebotó en los micrófonos del mundo: “Nunca había sentido golpes tan duros en mi vida.” Es acaso esto justo en el deporte? No lo creo.

Los estudios del BJSM no dejan lugar a sentimentalismos. Tras uno o dos años de terapia hormonal, las atletas trans reducen fuerza y velocidad, sí. Pero su VO máximo, esa medida del poder aeróbico, sigue siendo superior. Sus huesos, más densos. Sus articulaciones, más amplias. Su esqueleto, más resistente.

La ciencia, con su lenguaje impasible, lo resume así: “El desarrollo con testosterona durante la pubertad masculina es una ventana que moldea el cuerpo de forma permanente”.

Una ventaja que no se disuelve

Los organismos deportivos, presionados por la evidencia, han empezado a revisar sus reglamentos. El Comité Olímpico Internacional, las federaciones de natación, atletismo y ciclismo han adoptado posiciones distintas, pero todas convergen en una inquietud: si la categoría femenina nació para equilibrar diferencias biológicas, ¿qué ocurre cuando esas diferencias persisten incluso después del cambio de género?

La respuesta no es simple, y el silencio pesa tanto como los números. Porque detrás de cada gráfica hay una historia de identidad, una búsqueda de reconocimiento y un deseo legítimo de competir. Pero el deporte, ese viejo juez de la meritocracia física, sigue midiendo en segundos, metros y kilos. No en sentimientos.

La pregunta que no se puede esquivar

Hoy, la lucha no se libra solo en los tatamis, rings o en las pistas, sino en los despachos donde se redactan los reglamentos del futuro. La inclusión social es un deber; la equidad deportiva, una exigencia.

La biología no entiende de banderas ni de hashtags. No distingue entre justicia o ideología. Solo cumple su papel, exacta, silenciosa y cruel. Mientras la sociedad debate sobre derechos, la ciencia sigue contando glóbulos, densidades y tiempos de recuperación. La ciencia no usa pronombres: usa evidencia.

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