El atentado contra Miguel Uribe Turbay y los ataques terroristas en el sur occidente del país nos enfrentan a la realidad de la violencia que no logramos superar. Una historia que no para de repetirse porque hemos pretendido desconocerla, intentamos escapar de ella, evadirla para sobrevivirla en lugar de confrontar sus causas.
Colombia ha vivido décadas de violencia, de atentados que han silenciado voces y truncado sueños. ¿Cuántos hijos vivieron el día de ayer llorando la ausencia de sus padres asesinados? Por lo menos cientos de miles. Entre las causas de la guerra está la inexistencia de un estado social de derecho en territorios donde hoy, impera la ley de los criminales financiados por el narcotráfico y demás rentas criminales. Pero, además, está la desigualdad de oportunidades que empieza por las dos primeras y definitivas en la vida de todo ser humano: nutrición y afecto.
La unidad de Colombia no puede quedarse en retórica. La unión debe comprometernos a todos en el propósito de resolver estructuralmente las causas de la violencia que padecemos. Empecemos por una estrategia de recuperación territorial, de plenas capacidades para que la Fuerza Pública permanezca, entendiendo que el objetivo estratégico es proteger a la población.
El ataque contra Miguel no es un hecho aislado. Es parte de una ola de violencia que busca sembrar el caos y la incertidumbre. La historia nos ha enseñado que cuando permitimos que el miedo nos divida, los violentos ganan terreno. Por eso, la respuesta no puede ser la indiferencia ni la polarización. La respuesta debe ser la unidad con compromiso por un propósito compartido.
Las diferencias políticas no pueden ser excusa para justificar la violencia. En una democracia, el debate y la confrontación de ideas son esenciales, pero nunca deben cruzar la línea del ataque físico o del intento de silenciar al otro. La violencia política no solo destruye vidas, sino que erosiona la confianza en las instituciones y en el futuro del país.
La condena debe ser unánime, sin matices ni cálculos políticos. La seguridad de los líderes políticos y de la población, en los territorios víctimas del narcotráfico, sin importar su ideología, debe ser una prioridad.
Pero la respuesta no puede quedarse solo en discurso. Se necesitan acciones concretas: fortalecer la inteligencia, la interoperatividad institucional y la cooperación internacional. La impunidad solo alimenta la violencia, y si queremos un país donde las ideas prevalezcan sobre las balas, debemos asegurarnos de que quienes intentan imponer el miedo sean llevados ante la justicia.
Colombia ha demostrado en el pasado que puede superar la violencia. Lo hizo cuando enfrentó el narcoterrorismo, cuando rechazó el asesinato de líderes sociales, cuando se movilizó por la paz. Hoy, nuevamente, estamos llamados a demostrar que somos más fuertes que el miedo.
Este atentado debe ser un punto de inflexión. No podemos permitir que la violencia continúe fijando nuestro rumbo ni definiendo nuestro destino. La única respuesta posible es la unidad, la defensa de la democracia y el compromiso de construir un futuro donde las diferencias se resuelvan con palabras, no con armas.
En Colombia es posible construir una nueva historia sin violencia, garantizar la participación política sin miedo y promover una pedagogía de paz. La diversidad de pensamiento no puede ser motivo de amenaza, sino una riqueza que fortalece nuestra democracia.