La Medicina Transpersonal: cuando el cuerpo no basta para sanar

Mié, 03/12/2025 - 18:04
La enfermedad —desde este enfoque— no es un enemigo, sino un mensajero. Una carta que la vida nos envía para ajustar esa unidad vital.
Créditos:
Adam Jicha

Durante siglos nos enseñaron que la medicina era un asunto del cuerpo: ese mecanismo biológico que se desgasta, se enferma y, con suerte, responde a fármacos, bisturíes o procedimientos que prometen devolvernos al “funcionamiento normal”.

Esa mirada, aunque necesaria, se quedó corta. La medicina ortodoxa ha avanzado como un gigante tecnológico, pero al mismo tiempo ha dejado un vacío silencioso: la dimensión profunda del ser humano. Esa parte que no aparece en las resonancias ni en los análisis de laboratorio, pero que determina buena parte de nuestra vitalidad, nuestra salud emocional y hasta el rumbo de la enfermedad.

Aquí es donde entra la medicina transpersonal, una visión que reconoce que somos más que huesos, vísceras y diagnósticos. Que la vida humana no se reduce a procesos fisicoquímicos, sino que está atravesada por sentido, propósito, espiritualidad y un anhelo de trascendencia. Sin esa dimensión, toda medicina es incompleta. Su eficacia queda mutilada. Su humanidad se empobrece.

La medicina transpersonal se sostiene sobre una afirmación sencilla, casi obvia cuando uno la escucha con el corazón en lugar de la inercia racional: el ser humano es unidad. Somos una totalidad interdependiente: lo que ocurre en el alma vibra en las células, y lo que afecta a las células reverbera en el alma.

La enfermedad —desde este enfoque— no es un enemigo, sino un mensajero. Una carta que la vida nos envía para ajustar esa unidad vital. Cuando la respuesta a la enfermedad se limita solo al síntoma biológico, podemos mejorar temporalmente… pero no transformarnos. Es como intentar cambiar el guion de una película corrigiendo únicamente el sonido: sí, se oye mejor, pero la historia sigue igual.

 La medicina transpersonal apunta a la raíz: la conciencia. Ese núcleo espiritual —llámalo alma, chispa divina, campo superior— que sostiene al cuerpo y orienta nuestras emociones y pensamientos.

La espiritualidad aquí no es un conjunto de dogmas ni una fantasía esotérica. Es la experiencia directa de que hay algo en nosotros que trasciende al “yo pequeño”, ese que vive peleado con el mundo y con su propio pasado. Cuando recuperamos ese eje, la vida se ordena desde dentro. Las decisiones pesan menos. El dolor se vuelve maestro. Y la enfermedad, aunque duela, deja de sentirse como una condena absurda.

El acto terapéutico, entonces, no es únicamente un tratamiento: es un despertar. Un proceso de recordar quiénes somos detrás del miedo, el estrés y las heridas afectivas. Y, a veces, ese simple acto basta para que el cuerpo haga lo que mejor sabe: regenerarse.

Un encuentro formativo: cartas que despertaron un nuevo mapa interior

A finales de los años setenta, hacia 1978 y 1979, inicié un intercambio de algunas cartas con el Dr. Stanley Krippner, quien entonces se desempeñaba como director del Maimonides Medical Center de Nueva York y era una de las figuras más reconocidas en el estudio de la psicología transpersonal, los sueños, la psicosomática y los estados alterados de conciencia.

 Yo ya estaba en esa época investigando cómo las emociones, la mente y la espiritualidad influyen en el cuerpo y en la aparición de síntomas. Por eso le escribí: buscaba comprender mejor ese territorio donde lo visible y lo invisible se entrelazan. Su agenda no le permitió aceptar mi invitación para visitar Colombia durante el evento mundial que coordine llamado “El congreso mundial sobre fenomenología psíquica” realizado en nuestro país en el mes de diciembre de 1979.

Sin embargo, de sus propuestas conceptuales publicadas en revistas científicas aprendí algo que en esa época sonaba casi herético: contamos con múltiples sentidos de percepción extrasensorial, capacidades naturales de la conciencia para captar información emocional, simbólica y energética más allá de los sentidos físicos.

Esos sentidos pueden:

  • Sanar, cuando se utilizan con claridad, madurez emocional y un propósito interior,
  • O desorganizar, cuando se activan sin guía, sin contención o a través de estados alterados caóticos.

Krippner mostraba —con método, datos y observación clínica— que estos niveles profundos de percepción no pertenecen al terreno de la superstición, sino al funcionamiento natural de la psique humana. Pero, advertía algo fundamental: el mal uso de estas facultades puede afectar la estabilidad emocional y, en consecuencia, somatizarse en el cuerpo.

Estima conocimientos terminaron siendo una brújula silenciosa que me confirmó que la enfermedad y la sanación nacen, ambas, en un mismo lugar: la conciencia.

Explorando los estados alterados de consciencia

La Medicina Transpersonal: cuando el cuerpo no basta para sanar
Créditos:
Jr Korpa

 La pregunta que explorábamos entonces continúa siendo clave:

¿Es igual un estado alterado inducido por sustancias —como el yagé— que uno alcanzado por meditación, oración o contemplación profunda?

La respuesta es clara: no.

  • Los químicos abren la puerta de golpe, rompen temporalmente la estructura del yo y pueden revelar o confundir, según el mundo emocional del individuo.
  • La meditación abre la puerta con suavidad, expandiendo sin fracturar.
  • La oración y la contemplación consolidan el yo espiritual sin desordenar el yo psicológico.

Una imagen ayuda a comprenderlo: los químicos son un relámpago; las prácticas espirituales son un amanecer. Ambos iluminan, sí. Pero, su impacto interno es radicalmente distinto.

Hoy la psicopatología humana no surge solo de heridas individuales, sino de un sistema que nos condiciona para ser productivos, pero no conscientes, conectados, pero no presentes, informados, pero no sabios.

La mente se enferma porque vive en un entorno que promueve la velocidad, el consumo, la comparación constante y la anestesia emocional. ¿Cómo no va a colapsar la salud psíquica si se la obliga a operar como un motor que nunca descansa?

Por eso, la medicina transpersonal deja de ser un lujo académico y se convierte en una urgencia cultural. Sin una conciencia que honre la espiritualidad, la interioridad y el sentido profundo de la existencia, toda salud es provisional, toda cura es superficial.

La medicina tradicional exige eficiencia. La medicina transpersonal exige presencia. Y la presencia es la única plataforma donde ocurre la sanación real.

Finalmente, la enfermedad no solo se supera: se conjura. Cuando una persona encuentra un sentido de trascendencia —un para qué que ordena la vida desde adentro— la biología responde:

  • Se regula el sistema nervioso
  • El sistema inmune recupera fuerza
  • Se desactivan patrones psicosomáticos
  • El dolor cambia su narrativa
  • La energía vital vuelve a fluir.

Por eso la enfermedad no solo se supera: se conjura. Porque la sanación ocurre cuando cuerpo, emoción, mente y espíritu se alinean en un solo movimiento interior.

Siete reflexiones finales para mantener el alma despierta

  1. La medicina sin espiritualidad prolonga la vida, pero no siempre amplifica la plenitud.
  2. La sanación inicia cuando dejamos de pelear con el síntoma y empezamos a escuchar su mensaje.
  3. Los estados alterados son herramientas, no atajos: exigen responsabilidad y claridad interior.
  4. A veces la enfermedad no pide tratamiento, sino revelación.
  5. La sociedad necesita menos estímulo y más profundidad para no desmoronarse emocionalmente.
  6. La salud es coherencia entre lo que somos, lo que sentimos y lo que vivimos.
  7. Cuando recordamos nuestra dimensión divina, el cuerpo encuentra su camino natural hacia la sanación.
Creado Por
Armando Martí
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