
La reforma laboral del gobierno Petro volvió a hundirse en el Congreso. No es un accidente: es otro cadáver legislativo que el gobierno carga para exhibir en tarima y culpar a “los poderosos” en su narrativa de víctima eterna.
La ministra Gloria Inés Ramírez ya no está; salió sin gloria y sin reforma. Antonio Sanguino, su reemplazo, llegó tarde a una fiesta donde ya no quedaban ni vasos. Sin bancada sólida, sin consensos y sin poder real de maniobra, solo le quedó ser testigo de un entierro anunciado.
El Congreso, por su parte, cumplió con su papel predecible: dilatar, sabotear y hundir. No por responsabilidad técnica, sino por puro cálculo electoral. Aquí nadie piensa en el país; todos piensan en las urnas.
El resultado es vergonzoso: Colombia sigue sin una reforma laboral seria. La informalidad crece, el desempleo golpea, y los trabajadores, esos a los que todos juran proteger, son usados como moneda de cambio en una pelea entre vanidades.
Petro lo sabía. El gobierno lo sabía. Pero prefirieron el show: fracasar en el Congreso para luego señalar a la “élite” y agitar banderas de victimización en la próxima campaña electoral. En la práctica, solo muestran incapacidad: incapacidad para negociar, para ceder, para construir.
El Congreso también pierde, aunque festeje. Hundir por hundir es fácil, pero construir es otra cosa. Ni reforma, ni alternativa, ni visión de país. Solo un desfile de egos, mezquindades y excusas.
Al final, lo único claro es que el país sigue atrapado entre un gobierno soberbio y un Congreso cínico. La cuenta, como siempre, la pagamos todos.