
El reloj marcaba las siete de la noche cuando "Laura" bajó del TransMilenio en la estación de Comuneros. Como cada día, apresuró el paso con el celular en la mano, respondiendo un último mensaje antes de guardarlo en su bolso. No alcanzó a hacerlo. Dos hombres en moto, con una precisión quirúrgica, le arrebataron el dispositivo y aceleraron a toda velocidad. Laura quedó paralizada, gritando inútilmente mientras los transeúntes observaban con resignación. En Bogotá, el robo de celulares se ha convertido en un espectáculo cotidiano, casi tan habitual como el tráfico denso y el caos urbano.
Las cifras no mienten. Según los reportes oficiales, cada día se denuncian más de 200 robos de celulares en la capital colombiana. Sin embargo, la realidad podría ser aún más alarmante, pues muchos ciudadanos ni siquiera se toman la molestia de reportar los casos ante la inoperancia de las autoridades. Lo que pocos saben es que detrás de estos delitos no solo hay ladrones oportunistas, sino una red criminal altamente organizada, que mueve millones de pesos en el mercado negro de dispositivos móviles.
Las cámaras de seguridad han sido testigos mudos de una modalidad que se ha vuelto recurrente en Bogotá. Grupos de delincuentes, algunos en motos y otros en bicicletas, ejecutan asaltos milimétricamente planeados. No se conforman con un solo teléfono: pueden llevarse entre 6 y 15 celulares en una sola jornada delictiva. Los atracos se registran en plena luz del día, en calles concurridas y en estaciones de TransMilenio. La impunidad con la que operan sugiere que las redes de criminales cuentan con logística.
Pero el robo es apenas la primera fase de un negocio más grande. Una vez en sus manos, los celulares se convierten en una mina de oro para los delincuentes, quienes han perfeccionado técnicas para sacarles el mayor provecho posible.
Chantaje, extorsión y desbloqueo: la otra cara del delito
Uno de los aspectos que más indigna a las víctimas es que, más allá del hurto, deben enfrentarse a la extorsión. En cuestión de minutos, los delincuentes llaman a los propietarios para exigirles dinero a cambio del dispositivo.

El objetivo no es solo desbloquear el teléfono para su reventa, sino acceder a información personal y financiera. Con la clave en mano, los delincuentes revisan cuentas bancarias, hacen compras y, en algunos casos, piden préstamos exprés a nombre de la víctima. Todo esto ocurre en cuestión de horas. Lo irónico es que, incluso si se paga el rescate, muchas veces el celular no es devuelto.
El oscuro mercado en el centro de Bogotá
Para nadie es un secreto que el destino final de muchos de estos celulares es el centro de Bogotá. En locales de tecnología ubicados en San Victorino y la avenida Caracas, los teléfonos robados son desbloqueados, revendidos o desarmados para vender sus piezas. Lo más desconcertante es que muchas víctimas han rastreado sus dispositivos hasta estos puntos y, aun así, la respuesta de las autoridades es nula.
Juan, un técnico en reparación de celulares que prefirió no revelar su identidad, explica el proceso: “Cuando llega un teléfono robado, lo primero es intentar desbloquearlo con las claves que le sacan al dueño. Si no se puede, se le cambia el IMEI y queda como nuevo. También hay compradores en el extranjero que los piden por lotes”.
El negocio es tan rentable que incluso hay bandas especializadas en enviar celulares a países como Perú, Ecuador y Venezuela, donde el rastreo es prácticamente imposible. En el mercado negro, un iPhone 16 Pro Max, que cuesta más de 6 millones de pesos en el comercio formal, se revende por menos de la mitad de su valor, pero sigue siendo un negocio redondo para los delincuentes.
La inoperancia de las autoridades
Lo más indignante para la ciudadanía es que la Policía tiene acceso a herramientas tecnológicas que permiten rastrear estos dispositivos con precisión. Sin embargo, los operativos en puntos de reventa son escasos o inexistentes. “Denuncié el robo de mi celular y rastreé su ubicación exacta en el centro. Fui a la Policía y me dijeron que no podían hacer nada sin una orden judicial. ¿Entonces para qué tienen esa tecnología?”, aseguró Laura.
Las autoridades aseguran que han realizado operativos en el centro, pero la realidad es que la venta de celulares robados sigue floreciendo. Mientras tanto, los ciudadanos han optado por tomar medidas desesperadas, como instalar aplicaciones de rastreo avanzadas o usar estrategias para que sus celulares sean inutilizables tras un hurto. Pero esto no ha sido suficiente para frenar el problema.
La solución no es sencilla. Expertos en seguridad sugieren que se necesita una estrategia más agresiva para atacar el mercado negro de celulares. Esto implica operativos constantes en los puntos de venta, mayor control sobre los técnicos que desbloquean dispositivos y sanciones más severas para los ladrones.
Además, la ciudadanía debe tomar medidas preventivas: evitar el uso del celular en la calle, activar bloqueos de seguridad avanzados y, en caso de robo, reportarlo de inmediato a su operador para que el dispositivo sea bloqueado por IMEI.
Pero al final del día, la verdadera solución depende de una acción decidida por parte del Estado. Mientras esto no ocurra, el negocio del robo de celulares en Bogotá seguirá siendo un lucrativo negocio para los delincuentes y una pesadilla diaria para los ciudadanos.