
El Parque Nacional de Bogotá comenzó a recuperar su imagen después de más de tres años de ocupación por parte de la comunidad Emberá. Con el retorno de más de 1.800 indígenas, pertenecientes a unas 600 familias, a sus territorios en Chocó y Risaralda, el Distrito puso en marcha un plan de limpieza y restauración para devolverle la vida a uno de los espacios verdes más emblemáticos de la capital.
De acuerdo con la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (UAESP), en las primeras jornadas se retiraron 71 metros cúbicos de residuos voluminosos, entre ellos muebles, carpas y estructuras improvisadas, además de 7 metros cúbicos de basura ordinaria. Para la labor se dispuso de volquetas dobles, cargadores y equipos especializados, con el apoyo del operador Promoambiental Distrito.
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Las cifras oficiales también revelan que, en fases anteriores de intervención, se habían retirado cerca de 43,7 toneladas de desechos, lo que corresponde al 70 % de lo acumulado durante la permanencia de la comunidad en el parque. Esta acumulación de residuos había generado un fuerte impacto ambiental y sanitario, que ahora se busca revertir a través de un plan integral de recuperación.
El proyecto está dividido en tres etapas. La primera corresponde a la limpieza inicial y desmontaje de estructuras; la segunda, al cuidado intensivo, con fumigaciones, desratización y control de riesgos biológicos; y la tercera, a la sostenibilidad ambiental, que busca evitar que el parque vuelva a convertirse en foco de acumulación de desechos o problemáticas sociales.
Mientras se adelantan estos trabajos, el Distrito pidió a la ciudadanía abstenerse de ingresar al parque, llevar mascotas o disponer basuras en sus alrededores. Asimismo, las actividades recreativas y deportivas permanecerán restringidas al menos hasta el 20 de septiembre, con el fin de garantizar la seguridad del proceso de restauración.
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Con estas acciones, la administración distrital espera devolverle a la ciudad uno de sus pulmones verdes más representativos y cerrar un capítulo marcado por la ocupación del Parque Nacional como refugio temporal para cientos de familias Emberá que, huyendo del conflicto y la violencia en sus territorios, encontraron en este lugar un espacio de resistencia y sobrevivencia.