En Envigado, Antioquia, una pareja de esposos, que acaban de ser padres de un par de niñas gemelas, han tenido la ocurrencia de registrarlas con los nombres de Lady Gaga y Madonna Stefani Moscoso. Parece que con motivo de la visita a Colombia de estas dos divas de la música pop, los padres de las gemelas han decidido honrar la presencia de las cantantes tatuando a sus hijas de por vida con dos nombres absurdos.
La costumbre de poner nombres absurdos, ofensivos o extraños no es exclusiva de Colombia, por eso algunos gobiernos han tenido la sana iniciativa de prohibirlos y hasta de multar a los padres que en un arranque de humor, originalidad o ignorancia han querido marcar a sus hijos de esta forma sin medir las consecuencias del daño que infringen a las criaturas.
Recuerdo de mi primer viaje a París a mediados de los años 1960, una estampa curiosa en una calle del barrio Latino. Pasó frente a mí una pareja compuesta por una mujer imponente de melena rubísima, ojos azules y vestida como sólo se vestían entonces las elegantes de París, que es mucho decir. El hombre era alto, cuadrado de hombros como un boxeador de peso pesado. Iba enfundado en un abrigo impecable, zapatos italianos a todas luces, y una discreta proa de corbata de seda permitía adivinar que su traje no se quedaba atrás en el corte y calidad del paño. El hombre era negro, africano casi con toda seguridad, con tres cortes brutales en cada mejilla que delataban algún ritual salvaje, en su niñez, en una perdida aldea africana.
Los padres de aquel niño nunca previeron el destino parisiense de su retoño y a lo mejor, muchos años después, él pregonaba orgulloso su origen con aquella media docena de horribles estrías en la cara; pero uno, con todo y sus prejuicios etnocentristas, piensa que mejor que no se lo hubieran hecho. Lo mismo pasa con los nombres ridículos que los padres colombianos dan a sus hijos, destinados hoy cada vez más a viajar por el mundo. Lo creerán muy bonito pero un sacerdote colombiano que se llame John Freddy Cañón jamás llegará a ser Papa.
La pandemia de nombres ofensivos y ridículos es universal y periódicamente aparecen artículos de prensa tratando el asunto. Desgraciadamente la mayor parte de esos trabajos se queda en el aspecto jocoso y chusco sin adentrarse en los ribetes de tragedia personal que para muchas personas suele suponer esta costumbre. A comienzos de este año, la revista Time informaba de cómo los gobiernos encuentran razones para regular los nombres de los niños. Y es que hasta en la libérrima Norteamérica la justicia ha visto razones para poner coto a la creatividad de algunos padres: en New Jersey una pareja perdió la custodia de un hijo a quien habían registrado como Adolf Hitler.
La misma revista cuenta cómo en Nueva Zelanda las autoridades, hartas de los nombres chistosos con que muchos padres registraban a sus hijos, decidieron dar a los notarios la autoridad para rechazar nombres que pudiesen suponer una afrenta y publicar periódicamente la lista de rechazados. En Panamá ocurrió otro tanto hace unos años, ante la avalancha de niñas llamadas como dos famosas compañías aéreas y, lo que es peor, niñas que eran homónimo del órgano sexual que las distinguía. Sí, hubo aquel año más de una Vagina en el registro civil del país centroamericano. Si en Nueva Zelanda y Panamá se pudo, ¿por qué no hacerlo en Colombia?
Que los padres llamen a sus hijos como quieran, uno no puede oponerse a las prácticas imbéciles de la gente pero que, en el Registro Civil, el niño quede con un nombre decente. ¿Y qué es un nombre decente? Sencillamente algo que no vaya contra el sentido común. Tomemos el ejemplo tan manido de la familia Fuertes que, entre los muchos nombres del santoral católico, decide escoger para su primogénita la advocación de la Virgen de los Dolores. Si para su mayor desgracia la chica, ya crecidita, opta por casarse con un señor llamado Antonio Barriga ahí tenemos un nombre convertido en chiste.
Y sentido común es también no poner nombres rusos, anglosajones, italianos, franceses etc. a gente que tiene apellidos que provienen, en su inmensa mayoría, de la península ibérica; es decir, castellanos, vascos, catalanes, gallegos, etc., en otras palabras, a gente que tiene apellidos españoles. ¿Qué hace en Colombia tanto John, Giovanni o Iván con apellidos patronímicos más comunes que hablar por teléfono cuando en nuestro idioma existe su equivalente que es Juan. Si a los padres de estos niños no les gusta Juan, busquen otra cosa porque si el niño, pasados los años emigra a España por ejemplo, lo va a pasar mal llamándose John García.
Cierto que lo de España también tiene su miga y la religiosidad de otros tiempos en aquel país dejó su territorio plagado de “vírgenes” y “santos”. Allí uno puede adivinar el origen de muchas mujeres mayores de treinta años por el nombre de la Virgen que llevan a cuestas: Edurnes vascas, Almudenas madrileñas, Rocíos andaluzas, Montserrats catalanas, etc., y así las África, Salud, Camino, Paloma, Amparo y demás. Para no hablar de las circunstancias de estas madonas: Dolores, Asunción, Purificación, Encarnación, Concepción. La futura cabeza de la monarquía española resume, en uno de sus muchos nombres, esta ancestral costumbre ibérica: el príncipe heredero se llama en realidad Felipe Juan Pablo de Todos los Santos de Borbón y Grecia.
En países tan diversos y distantes como India, China, Chile o Ecuador también se ha puesto coto a la aberrante costumbre de los nombres humillantes, denigrantes o absurdos. En China fue a parar a la cárcel un hombre que registró a su hijo con el modernísimo nombre de @. Sí, le puso por nombre el símbolo de arroba. Insisto: si en Chile y Ecuador, nuestros vecinos, se pudo, ¿por qué no se va a poder en Colombia? No sé a cargo de quién podría estar la defensa de la integridad nominal de los recién nacidos colombianos. A bote pronto se me ocurre que está en manos de Defensor del Pueblo. Sobre todo ahora que el Defensor del Pueblo no se llama Volmar.
Lo que hay detrás de un nombre
Mar, 25/09/2012 - 12:53
En Envigado, Antioquia, una pareja de esposos, que acaban de ser padres de un par de niñas gemelas, han tenido la ocurrencia de registrarlas con los nombres de Lady Gaga y Madonna Stefani Moscoso. Pa