El miedo de ser yo mismo

Jue, 04/09/2025 - 08:06
Quien teme ser él mismo se convierte en prisionero de un laberinto psicológico: cada decisión está marcada por la duda, cada palabra se filtra antes de salir, cada gesto se analiza con la obsesión de no ser rechazado.
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Cortesía Claudio Schwarz

Un viaje de emociones no reconocidas. La ansiedad de habitarse.

Entre las múltiples formas en que la ansiedad se manifiesta, hay una que suele pasar inadvertida, aunque devora silenciosamente: el miedo a ser uno mismo. Se trata de una inquietud existencial, una especie de temblor interior que aparece cuando sentimos que mostrarnos auténticos podría tener un costo demasiado alto. Entonces preferimos ocultarnos, adaptarnos, diluirnos en lo que esperan los demás. Es una ansiedad que no grita, sino que asfixia en silencio, porque no se trata del miedo a algo externo, sino al propio reflejo.

El miedo a ser uno mismo es una paradoja cruel. Deseamos ser aceptados, amados, reconocidos por lo que somos, pero al mismo tiempo tememos que, si lo mostramos, no seamos dignos de ese amor. Así, construimos máscaras, armaduras y disfraces que nos permiten sobrevivir en la superficie, mientras en el fondo la identidad auténtica llora por ser liberada.

El laberinto de la autenticidad

La vida moderna nos exige resultados, imágenes perfectas y discursos que encajen en moldes sociales. En medio de esta presión, muchos caemos en la trampa de vivir para la aprobación ajena. La ansiedad surge cuando la distancia entre lo que somos y lo que aparentamos se vuelve insoportable.

Quien teme ser él mismo se convierte en prisionero de un laberinto psicológico: cada decisión está marcada por la duda, cada palabra se filtra antes de salir, cada gesto se analiza con la obsesión de no ser rechazado. Es un miedo que no paraliza de golpe, sino que desgasta poco a poco, hasta que la vida se vuelve representación en lugar de experiencia.

En ese laberinto, el yo verdadero se marchita, como una flor guardada en un cajón oscuro: conserva su esencia, pero se seca por falta de luz.

El origen de este miedo suele estar en experiencias tempranas: la crítica constante, la burla, el abandono o la sensación de no ser suficiente. Desde niños aprendemos que mostrar nuestra vulnerabilidad puede ser peligroso. Así nace la idea de que es mejor ocultarse, encajar, cumplir con lo que esperan los demás.

Pero, ocultarse tiene un precio. El rechazo que tanto temíamos se convierte en auto-rechazo. Ya no necesitamos que otros nos juzguen: nosotros mismos levantamos el dedo acusador. Y esa es la condena más cruel, porque el enemigo deja de estar afuera y empieza a vivir dentro.

El espejo como herramienta de liberación

En mis herramientas terapéuticas empleo una muy eficaz: mirarse en un espejo. No se trata de un gesto banal, sino de un acto de valentía. En mi consulta tengo un espejo de cristal de roca con un marco art nouveau francés, precioso y delicado. Frente a él han pasado docenas de personas que, aunque llevaban años habitando su cuerpo, no se conocían de verdad.

La dinámica es sencilla y a la vez profunda: invito a la persona a un doble diálogo. Primero, un diálogo interior con el propio rostro reflejado; después, un diálogo exterior consigo misma, como si por fin pudiera observarse y escucharse sin tantas máscaras.

El resultado es poderoso: verdades ocultas y secretos salen a la luz, emociones reprimidas que lastiman y enferman encuentran la posibilidad de liberarse y sanar. Es como si al mirarse en el espejo no solo viéramos la superficie del rostro, sino las huellas del alma que desde hace tiempo pide ser reconocida.

Por eso advierto: no debe hacerse este ejercicio en soledad. El acompañamiento terapéutico es básico pues abre la posibilidad de sostener lo que emerge. Como decía el filósofo francés Teilhard de Chardin, “nadie es libre por su propia cuenta sino en vistas de una mano que lo libera.”

El coraje de desenmascararse y liberarse de tantas cadenas emocionales

Konciencia
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Cortesía Teena Lalawat

Superar el miedo a ser uno mismo no significa ignorar las heridas, sino atravesarlas. Implica quitarse las máscaras y aceptar que no todos nos amarán, que algunos se irán, que ser auténtico puede doler. Pero ese dolor es preferible al vacío de vivir una vida prestada.

El camino hacia la autenticidad requiere compasión con uno mismo. Significa aprender a decir: soy suficiente, aunque no encaje en todos los moldes; mi verdad no necesita permiso para existir. En ese instante, la ansiedad comienza a perder fuerza, porque ya no lucha contra un yo reprimido, sino que se convierte en energía para sostener el propio ser.

El miedo a ser uno mismo es una cárcel invisible en la que millones viven cada día. Y lo más trágico es que muchas personas llegan al final de su vida sin haberse conocido, sin haberse permitido la libertad de decir con honestidad: este soy yo.

La ansiedad aguda de la autenticidad negada no se cura con distracciones ni con máscaras nuevas. Se enfrenta con un gesto radical: con la decisión de habitarse por completo, con luces y sombras, con heridas y virtudes. La mayor rebelión contra este mundo que uniforma no es gritar, sino atreverse a ser en silencio lo que uno realmente es elegir la libertad interior.

El miedo a ser uno mismo puede paralizar, pero también puede convertirse en puerta de transformación. Quien logra atravesar esta ansiedad encuentra un territorio nuevo: la serenidad de no tener que demostrar, la paz de no esconderse, la dignidad de existir en coherencia.

Ser uno mismo no garantiza aceptación universal, pero sí abre la posibilidad de vivir en verdad. Y aunque esa verdad a veces duela, es el único lugar donde la ansiedad se disuelve y la vida recupera su plenitud.

En un mundo de máscaras, el mayor acto de valentía es mirarse al espejo, sin filtros ni disfraces, y pronunciar con firmeza: “a pesar del miedo, decido ser yo mismo. Recuerda: Decidir ser uno mismo no elimina el miedo, pero lo transforma en coraje: la fuerza de existir en la verdad, sin pedir permiso al mundo.

Creado Por
Armando Martí
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