Hay personajes que no necesitan estridencias para imponer respeto. Clara López Obregón es una de ellas. Su historia comienza en una Bogotá que aún olía a campo, entre caminatas por los cerros y conversaciones familiares donde se debatía sobre la justicia, la ética y el país. Creció en un hogar donde el privilegio se entendía como una responsabilidad, no como una ventaja. “El privilegio exige responsabilidades”, recuerda, citando a su madre, una mujer que desde muy temprano le inculcó el compromiso con lo público y la sensibilidad social.
Su infancia fue un laboratorio de ideas y afectos. En la mesa de su casa se discutía sobre el país y sobre la vida, entre hermanos y padres que fomentaban la lectura, la curiosidad y la empatía. De su madre heredó el espíritu de servicio y de su padre, la pasión por la razón y el debate. Desde niña acompañaba a su mamá en labores sociales y enseñaba a otros niños en fundaciones. Allí nació su vocación.
- Le puede interesar: “El centralismo está agotado”: la visión de Juan Carlos Cárdenas
Estudió en la Universidad de Harvard en tiempos de cambio, cuando el mundo se estremecía por las luchas sociales, los derechos civiles y el feminismo. De esa época conserva el sentido de inconformismo que marcaría su carrera: una mujer que entendió la política no como un escenario de poder, sino como una forma de servir.
Su trayectoria es una suma de batallas éticas, más que de cargos. Fue secretaria económica de la Presidencia, contralora, alcaldesa, candidata presidencial y una de las voces más firmes de la izquierda democrática. Pero por encima de los títulos, se reconoce como una ciudadana que nunca ha renunciado al diálogo. “Nadie tiene toda la verdad revelada dice; lo esencial es aprender a escuchar”.
En esta conversación, Clara López habla de su vida, de sus heridas y de su esperanza. Habla de la política como un ejercicio moral, del país que sueña uno donde ningún niño nazca en la pobreza y de la necesidad urgente de reconciliarnos como sociedad. Cree en un liderazgo sereno, en la ética como brújula y en la espiritualidad como fuerza transformadora. “Si unimos espiritualidad y conciencia, este país puede cambiar para bien”, afirma.
Hoy, cuando las redes gritan y la política divide, Clara defiende el valor del diálogo. Sabe que sin escuchar al otro no hay futuro posible. Lo dice con serenidad, con la autoridad de quien ha vivido la historia reciente del país, pero también con la ternura de quien todavía cree que el amor sí, el amor puede ser una categoría política.
Su voz es un recordatorio de que la política no debería ser una guerra de egos, sino un acto de conciencia. Y esa conciencia, como ella misma dice, se construye entre todos.
