Antonio Correa

Senador de la República (2022-2026). Médico Cirujano. Trabajo por la Paz y las reformas del cambio.

Antonio Correa

¿Hasta dónde puede llegar el oportunismo político en Colombia?

El oportunismo político en Colombia parece no tener límites. Hace unos días, el país fue testigo de un acontecimiento que, lejos de sembrar esperanza y nuevas oportunidades, ha dejado más dudas que aciertos en el tema electoral: Miguel Uribe Londoño oficializó su candidatura a la Presidencia de la República atendiendo al llamado de un importante sector político, sin el lleno de requisitos para ser un verdadero proyecto de Nación.

Esta candidatura da la sensación de ser un intento calculado por revivir un duelo colectivo y ponerlo al servicio de los intereses de un sector político. Su lanzamiento fue presentado como un relevo simbólico en memoria del Senador asesinado Miguel Uribe, hijo de Uribe Londoño; sin embargo, parece más un intento por mantener el dolor colectivo que una verdadera apuesta por Colombia. 

La pregunta es inevitable: ¿Puede construirse un verdadero proyecto de Nación apelando al dolor antes que a las ideas?, la respuesta es clara: no. La política no puede edificarse sobre la manipulación emocional, y menos en un país que aún carga con profundas heridas abiertas y una sociedad que clama por propuestas reales y concretas. 

La historia mundial ofrece otros ejemplos. Martin Luther King Jr., pese a ser asesinado, dejó un legado tan profundamente arraigado en la justicia y la equidad que su movimiento sobrevivió más allá de su nombre. La Southern Christian Leadership Conference, fundada por líderes afroamericanos, logró transcender a la persona y convertir la memoria en causa colectiva. 

En Colombia en cambio, se pretende lo contrario lastimosamente: Sustituir ideales por apellidos y convertir un dolor íntimo en una estrategia electoral. No vemos un movimiento cimentado en principios, sino un mecanismo para tomarse el poder. No es reconciliación es un caudillismo disfrazado de relevo. 

Colombia no necesita herederos simbólicos ni candidaturas sostenidas por el peso de un apellido. El país reclama soluciones a la desigualdad, la inseguridad, la corrupción, el desempleo y la desconfianza en las instituciones. Ninguno de esos problemas aparece en el discurso del nuevo precandidato.

Lo que tenemos enfrente es puro oportunismo: la conversión del duelo en estrategia, de la memoria en maquinaria electoral. Una práctica que no solo empobrece el debate público, si no que erosiona la dignidad de la democracia. Colombia merece más. No necesita herederos del dolor, se necesitan líderes con ideas, propuestas y compromiso real con el futuro.

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