Carlos Salas
Carlos Salas

No lo dejemos pasar

Cuando lo denunció Ingrid fue motivo de risas, cuando salió a la luz por ciertas grabaciones de Benedetti, no se le tomó en serio, cuando fue María Jimena la que lo mencionó, sus palabras se las llevó el viento. Ahora que lo denuncia su antiguo Canciller parece que la cosa cogió vuelo hasta el punto de haber sido noticia en los principales medios del mundo. Que no pase de agache como con lo de los topes electorales y las repetidas denuncias de saqueo al Estado que parecieran episodios de una telenovela cuya trama ya no estremece a nadie, porque este asunto es de extrema gravedad y no podemos dejarlo pasar.

Me veo en la penosa obligación de confesar mi alcoholismo el que logré superar hace cerca de dieciocho años. Lo hago porque no puedo referirme a este asunto sin acudir a mi propia experiencia, sería de cobardes no hacerlo. Agradezco a mi padre, desde la tierra, y a mi madre, desde el cielo, que propiciaran el milagro de superar un vicio al que parecía condenado hasta la muerte.

-No puedo tomar vino porque me causa dolor de cabeza, me dijo una amiga.

-Yo tampoco. 

-También te da dolor de cabeza.

-No, le causo dolor de cabeza a otros.

No se puede dirigir una casa, ni una oficina, ni una empresa, ni conducir, ni siquiera montar en bicicleta y a veces tampoco caminar por la calle. No se puede llevar una conversación entendible, ni escribir un texto, ni pintar un cuadro, ni hacer muchas cosas más. No se puede llevar una sana relación amorosa, ni ser un buen padre. No se puede tener amigos sino amigotes de tragos. El alcohólico y, con más razón, el drogadicto no puede llevar una vida normal, su existencia es delirante. Sus neuronas han perdido la capacidad de conectarse. Su cerebro es puro caos. Un solo trago, una sola dosis, es suficiente para embriagarlo, para drogarlo. Vive una pesadilla y quiere que todos a su alrededor la sufran como si fuese amo y señor del universo. Puede llegar a ser violento de tal manera que hasta se contempla absurdamente como atenuante y justificación de sus actos en estar embriagado. La lista es larga, muy larga.

Los alcohólicos son adictos y esa adicción lleva a otras. Los hay drogadictos ludópatas, otros adictos al sexo; los hay adictos a la violencia que golpean a sus mujeres, buscan camorra con solo tomarse un trago o desencadenan verdaderas masacres sin importarles una higa. Los hay adictos al incumplimiento, a la irresponsabilidad al maltrato, al abuso. Los hay adictos a la vanidad hasta el punto de superar a la de Narciso porque el trago embellece hasta la más horrible imagen reflejada en un espejo.

Tenemos un presidente que es adicto al alcohol, a las drogas, al sexo, como sin rubor lo ha manifestado, a la violencia, al juego político, al maltrato, al abuso y a la vanidad, por mencionar algunas de sus adicciones, pero no puedo dejar pasar la más grave de todas: adicto al poder. ¿Puede un país tolerar eso? ¿Tienen derechos los ciudadanos de exigir su destitución? Considero, por puro y simple sentido común, que es intolerable y se le debe exigir su retiro del cargo.

¿Veremos a este remedo de Chávez trasnochado, el primero de mayo, pavoneándose con la espada de Bolívar desenvainada dirigiéndose al Congreso? ¿Y torturará con otra de sus peroratas animadas por el alcohol y las drogas que lo hacen sentir sabio entre los sabios sin llegar ni siquiera a la categoría de poetastro ni de culebrero? Mientras tengamos a un adicto en el poder estos vergonzosos espectáculos se seguirán produciendo sin remedio.

Si violar topes, comprar congresistas, disponer del erario público como de su caja menor y tantas otras atrocidades cometidas a diario por el desquiciado que tenemos de presidente, no han sido suficientes motivos para su destitución, la evidencia de su irracionalidad desbocada producto de una mente enferma, alimentada de alcohol y drogas, sí podría llegar a ser lo que lo saque del poder si no lo dejamos pasar esta vez. 
 

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