Ignacio Arizmendi Posada

Exdecano de la Facultad de Comunicación de la UPB.

Excolumnista de El Colombiano y El Mundo (Medellín), El País (Cali), El Tiempo y Revista Cromos (Bogotá).

Autor de 15 libros de historia y ensayo.

Ignacio Arizmendi Posada

No más odios, ¡oh Dios!

En 1969, los medios informaban que el plomero italiano Peter Karner, de 26 años, jefe de una banda de ladrones de carros, intentó extraerse los ojos en la cárcel “para no volver a desear el bien ajeno”, pero los médicos lograron evitarlo. ¿A qué viene esa pequeña historia? A ilustrar que, en muchos casos, la envidia se nos instala en la mente y se nos convierte en una pasión muy dañina que nos conduce, por ejemplo: 

▪ A odiar al piloso ▪ Al culto ▪ Al que tiene gato encerrado ▪ Al que se siente caído del cielo ▪ A quien las coge al vuelo o a quien no entiende ni mu ▪ A quien “chicanea” con el dinero ▪ Al que saca 5 en todo y al que ni siquiera saca la lengua ▪ Al que es sordo como una tapia ▪ A quien se siente “al pelo” ▪ Al que nos miró feo, etc. Tendencias dañinas hacia los demás que constituyen un entrenamiento día a día para formar y liberar odios y desafectos más notables en terrenos de singular importancia para una sociedad. 

Vale preguntarnos, entonces: ¿será que con tantas lecciones diarias de desafecto se pueden borrar las lesiones? Todo lo contrario: es como si los colombianos, de ayer y hoy, en general, hubiéramos sido preparados desde niños para manipular las capacidades (¡tan humanas!) de odio, desprecio o violencia. 

Es que la dinámica de las inquinas sociales nunca se ha detenido en Colombia: ni cuando al país lo habitaban las tribus indígenas, ni durante la contienda entre naturales y conquistadores, ni cuando el virreinato, ni cuando enfrentamos al gobierno ibérico, ni cuando, ya libres, los antecesores de los partidos “históricos” se enfrascaron en sangrientos conflictos. Ni hoy, cuando la llamada “izquierda extrema” busca precipitar, no tanto una guerra civil, sino un colapso de mayor calado. 

Es un propósito cuyos principales accionistas y activistas son el presidente Gustavo Petro y sus seguidores dentro y fuera del (des)gobierno nacional, quienes no dejan de predicar el odio contra “los burgueses”, los empresarios, los dirigentes gremiales, líderes sociales y sindicales, ciertas autoridades, políticos de partidos no totalitarios, periodistas, columnistas, ciudadanos, medios informativos y de comunicación, etc. A ello se suma ahora la predicación contra Antioquia y otras regiones. También hay que decir, dentro de este censo, que millones de colombianos sentimos un pesimismo y un disgusto crecientes, fruto de la gigantesca ola de rencor petrista, cuyo propósito final es implantar aquí un régimen tipo Cuba. 

Frente a ello, los no gobiernistas apenas podremos criticar con rabia y repetir la frase “No puede permitirse que los micos manejen el zoológico”, como decía el astronauta Frank Borman, comandante del Gémini 18 y del Apolo 8, la primera misión que circunnavegó la Luna y observó su cara oculta. ¿Será que Borman, desde su más allá, ya sabe cómo es la cara oculta del petrismo? Todo es posible.

INFLEXIÓN. Supimos del caso de una mamá que le preguntó al pediatra cuándo debería dejar de esterilizar los teteros de su hijo. “Algún día”, respondió, “verá al niño muy feliz mordiendo un zapato de su marido, y usted se preguntará: “¿Y yo, preocupada por esterilizar los biberones…”? En la Colombia actual y en la que siga, no podremos extrañarnos de nada. No más odios, ¡oh Dios!

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Ignacio Arizmendi Posada
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