Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Petro, incansable viajero tropical

Si Gustavo Petro mantiene el ritmo que lleva de viajes internacionales, el próximo 7 de agosto —fecha en que, en teoría, dejará la Presidencia— habrá realizado entre 85 y 90 viajes al extranjero mientras ejerció el cargo. Hasta hoy va por 73 salidas del país, lo cual ya lo coloca en una categoría digna de estudio: no tanto como jefe de Estado, sino como fenómeno aeronáutico.

Por curiosidad —y algo por morbo estadístico— busqué otro gobernante o figura mundial con una trayectoria comparable. No fue fácil. El único que se le acerca, y con ventaja moral y espiritual, es Juan Pablo II, quien en sus 26 años y medio de pontificado realizó 104 visitas pastorales internacionales. Es decir, un promedio de cuatro viajes al año. A su lado, Petro parece más un pontífice con síndrome de viajero frecuente que un presidente tropical: veinte o veintidós viajes internacionales por año, sin sotana, sin rosario; pero no exento de milagro. Ya les digo por qué.

La pregunta que muchos colombianos empiezan a hacerse —con la resignación propia de todo contribuyente— es tan simple como incómoda: ¿Qué se la ha perdido al presidente fuera de las fronteras de Colombia? El interrogante no es retórico. Mientras el país se hunde en una crisis institucional y económica que ni el más hábil de los discursos puede disimilar, el mandatario parece haber decidido que su papel en la historia se juega mejor en los aeropuertos. Nos encontramos ante un nuevo fenómeno político: la presidencia nómada.

Su último periplo lo lleva esta semana por Oriente Medio, donde —según publica en las redes sociales— ha decidido dotar al país de una “embajada-palacio” en Riad. El destinatario de semejante ofrenda diplomática es un tal Rayan Barkachi Abou Trabi, médico de profesión y cuyo único mérito profesional para representar a Colombia en una embajada es ser amigo del presidente.

Según un portal crítico con el Gobierno —y por tanto, sospechoso de exagerar— el costo del edificio en la capital de Arabia Saudita asciende a 15 millones de dólares. Pongamos que exageran, y que en realidad fueron solo siete millones y medio, la mitad. ¿Qué más da? La cifra sigue siendo escandalosa para un país con consulados al borde del colapso.

Porque mientras en Riad florece el lujo diplomático, en el consulado de Buenos Aires —donde residen 100.000 colombianos— una sola funcionaria de carrera ha tenido que ejercer de ministra, embajadora encargada y cónsul al mismo tiempo, según

denuncia la Asociación Diplomática y Consular. La ASODIPLO, que así se denomina este gremio, habla también de una crisis en varias sedes de América Latina: falta de personal, recursos insuficientes y una burocracia que parece tener más alas que raíces.

Pero Petro no se inmuta. Tal vez piense que cada viaje suyo es un acto poético, un discurso con alas, una fuga hacia la historia universal. A veces parece creer que la patria se gobierna mejor desde el aire, a 10.000 metros de altura, entre una escala en Doha y otra en París. Quizá allí, en la quietud del cielo, se siente a salvo de las intrigas terrenales, los escándalos domésticos y las cifras tercamente reales de la inflación, la inseguridad y el desempleo.

De seguir así, no sería extraño que algún cronista futuro se refiera a este período como la presidencia aérea de Gustavo I, una especie de papa laico del Caribe. Ahora, además, le ha dado por vestir de blanco —como el líder de la cristiandad— en donde un protocolo no escrito suele exigir a los hombres traje oscuro y corbata, sobre todo si vas en representación de tu país.

Mientras tanto, en la tierra firme de Colombia, buena parte de la ciudadanía asiste al espectáculo de un jefe de Gobierno en permanente estado de delirio, aparentemente trastornado por el poder, chapoteando en el pantano de su ego desmedido y enredado en una maraña de contradicciones y fantasías que solo pueden producir estupor y vergüenza.

Mencionaba al comienzo los milagros de esta especie de pontífice laico del ensueño y el despropósito. Su último prodigio, según nos ha dado a conocer él mismo, es la aparición de su biografía, escrita por un ignoto hagiógrafo, y volcada recientemente al idioma farsi por Mehdi Fooladvand, un traductor persa ¡muerto en 2008! Y —como no podía ser de otra manera tratándose de Petro— el libro, “del que se han editado un millón de copias..., ha sido un éxito total”, ya agotó varias ediciones en poco tiempo.

El país, resignado, espera su regreso, aunque ya nadie sabe bien de dónde volverá ni a qué vendrá. Tal vez de eso se trate el nuevo credo presidencial: viajar es gobernar. Y así seguimos, gobernados por un nómada incontinente, con millas acumuladas suficientes para entrar en la gloria por la puerta VIP. Y, eso sí, con el combustible cada vez más limitado por cuenta de su ingreso a la lista Clinton.

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