
Este lunes 28 de julio, Colombia se asoma a un momento sin precedentes. La jueza Sandra Liliana Heredia decidirá si el expresidente Álvaro Uribe Vélez será hallado culpable o no en un caso que ha sacudido los cimientos del poder. Por primera vez en la historia del país, un exmandatario podría enfrentar una condena penal. La noticia tiene al país, y a muchos fuera de él, con los ojos bien abiertos.
La Fiscalía acusa a Uribe de haber movido los hilos de una estrategia para manipular testigos desde la cárcel. Según el expediente, lo hizo a través de su exabogado Diego Cadena, con el fin de conseguir testimonios que desacreditaran al senador Iván Cepeda, uno de sus principales críticos. Los cargos: fraude procesal, soborno y soborno en actuación penal.
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Pero aquí es donde la historia se complica. La Procuraduría, otro ente clave del Estado, pidió su absolución. Argumenta que no hay pruebas suficientes para una condena y que el caso presenta inconsistencias. También pone en duda el testimonio central de Juan Guillermo Monsalve, quien ha sido cuestionado por su propia trayectoria judicial. Que dos instituciones del Estado lleguen a conclusiones opuestas sobre los mismos hechos plantea una inquietud inevitable: ¿refleja esto una justicia independiente que permite el disenso, o muestra lo frágil que aún es frente a las presiones del poder?
En un país donde la justicia ha sido históricamente selectiva, el juicio contra Uribe toca una fibra profunda. ¿Realmente se está juzgando a un expresidente con el mismo rasero que a cualquier ciudadano? ¿O, pese a la solemnidad del proceso, las viejas dinámicas de inmunidad siguen operando tras bambalinas? Las preguntas no son menores porque, de fondo, apuntan al estado real de la democracia y el imperio de la ley.
La jueza Heredia no la tiene fácil. Decidirá en medio de tensiones políticas, opiniones divididas y una expectativa gigantesca. Su fallo no solo afectará a un expresidente. Será una señal clara sobre qué tanto vale la ley en un país que, por años, ha oscilado entre la impunidad y el deseo, a veces frustrado, de hacer justicia.