
A las afueras de la Universidad Nacional, entre el ir y venir de estudiantes, se levanta una carpa fucsia que huele a masa recién horneada y salsa napolitana. Es la pizzería Sara Valentina, un punto de encuentro que lleva 20 años siendo parte de la vida estudiantil. Detrás del mostrador está Norma, una mujer de sonrisa franca y manos que han amasado no solo pizza, sino también una historia de esfuerzo, familia y amor por los estudiantes.
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De las arepas al horno: una herencia familiar
Antes de que existiera Sara Valentina, los padres de Norma pasaban sus días vendiendo arepas de queso, jamón y pollo en el mismo punto. “Ellos duraron 23 años vendiendo arepas acá, o sea, llevo toda mi vida en este lugar”, recuerda. Tenía apenas 21 años cuando su padre, cansado del trabajo, le entregó el puesto. Ella, decidida, quiso probar algo nuevo: “Le dije que me dejara el puesto y que intentáramos con una pizzería, a ver cómo nos iba”.
El comienzo no fue fácil. Norma admite que pensó en rendirse más de una vez. “La gente no compraba. Llegué a vender dos o tres porciones en todo el día. Era muy duro”, cuenta. En aquel entonces, una porción costaba apenas 1.000 pesos, y muchos desconfiaban de la calidad por el precio. Pero la perseverancia venció la duda: con el tiempo, los estudiantes empezaron a enamorarse del sabor y de la calidez con la que eran recibidos.
Una pizza que cuesta poco, pero vale mucho
Hoy, una porción en Sara Valentina cuesta 3.500 pesos, o 4.000 con gaseosa incluida. “Tratamos de mantener los precios porque sabemos que los estudiantes no tienen mucho presupuesto”, explica Norma. Su secreto es simple pero efectivo: vender mucho para ganar poco, asegurando calidad y cercanía. “Si no hay producto bueno y fresco, no hay Sara Valentina”, afirma con orgullo.
El menú ofrece opciones para todos los gustos: pollo con champiñones, hawaiana, napolitana, salami, carnes y maíz. Pero más allá de los sabores, lo que distingue a esta pizzería es su ambiente: el olor a masa tostada, las risas de los estudiantes y la presencia constante de Norma, quien conoce a muchos por nombre y los escucha como a sus propios hijos.
El origen del nombre y el color que simboliza amor
El nombre “Sara Valentina” nació en 2010, inspirado en la hija mayor de Norma, que entonces tenía solo dos años. “Los estudiantes nos pedían un nombre y no sabíamos qué ponerle. Entonces dijimos: pongámosle el de mi hija, Sara Valentina”, cuenta.
Años después, con la llegada de su segunda hija, Laura Daniela, el puesto tomó su color característico. “El color es por ella, porque cuando era bebé le encantaba el fucsia. Así que también lleva su homenaje”, explica con ternura.

Más que clientes: una familia universitaria
A lo largo de los años, los estudiantes se han convertido en parte esencial de la vida de Norma. “Ellos dicen que somos su salvación, porque nuestra pizza ha sido su desayuno, almuerzo y comida”, dice entre risas. Muchos, al graduarse, regresan a tomarse una foto con el puesto y con ella. “Nosotros les regalamos la pizza a quienes vienen a tomarse la foto de grado. Es nuestra forma de agradecerles”.
Esa conexión se ha fortalecido tanto que, en 2023, los estudiantes de la Universidad Nacional le entregaron un reconocimiento en el León de Greiff, destacando su aporte a la comunidad y su compromiso con ofrecer un alimento accesible y de calidad.
Un día en “Sara Valentina”
La jornada comienza a las 9:30 de la mañana. Norma y su esposo sacan el carro, preparan los ingredientes y encienden el horno. A las 9:40 ya sale la primera pizza, y el puesto se mantiene activo hasta las 6:30 o 7 de la tarde, dependiendo del movimiento.
“Hay días buenos, días suaves y otros en que toca cerrar por disturbios”, explica. Aunque el trabajo es exigente, la rutina tiene un sentido profundo: cada día de esfuerzo significa mantener viva una tradición y sostener a su familia.
Con el negocio, Norma ha logrado educar a sus hermanos menores, apoyar a su madre tras la muerte de su padre y sacar adelante a sus hijas. “Este puesto ha sido una bendición. Gracias a él hemos tenido estabilidad y alegría”, dice.
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El futuro de un ícono universitario
Aunque el panorama del espacio público en Bogotá es incierto, Norma no piensa moverse del corazón de la Universidad Nacional. “Queremos quedarnos hasta que nos dejen. Si algún día nos sacan, me gustaría abrir un local cerca, porque los chicos son los que nos han hecho crecer”, confiesa.
Para ella, los estudiantes son mucho más que clientes: “Son como hijos. Les he dedicado más tiempo a ellos que a mis propias hijas. Por eso les digo siempre: gracias por venir, por compartir sus triunfos conmigo”.
Un legado que trasciende el sabor
En un campus donde todo cambia —profesores, generaciones, movimientos—, Sara Valentina permanece. Es más que una pizzería: es un refugio, un punto de encuentro, un símbolo de resiliencia y comunidad. Norma, con su delantal y su sonrisa, representa lo que muchos buscan en la universidad: un lugar donde uno se sienta en casa.