
En el país, los bloqueos y cierres viales no solo interrumpen el tránsito: también encarecen la comida que las familias consumen en su día a día. Y es que esta forma de protestar, cada vez más frecuente, afecta profundamente la cadena de abastecimiento y agrava la inflación alimentaria, sobre todo en regiones donde el transporte ya es un reto por las condiciones geográficas.
“Los bloqueos son como el primo incómodo que llega a la fiesta sin invitación y desordena todo. Para los procesos logísticos, significan retrasos, pérdidas y sobrecostos que finalmente asume el consumidor, es decir, usted y yo”, señala Soraya Sarmiento Triviño, docente del programa virtual de Tecnología en Logística de Areandina.
Según cifras recientes del DANE (abril de 2025), la inflación de alimentos y bebidas no alcohólicas alcanzó el 4,12% anual, impulsada principalmente por el incremento en productos como el tomate (14,7%), el plátano (13,5%), la leche (10,3%) y los huevos (9,8%). Todos estos artículos muy habituales en el mercado de los colombianos comparten una característica común: son altamente perecederos y dependen de una logística eficiente y rápida. Cuando esta se ve interrumpida, la consecuencia directa es un aumento de precios.
“Un bloqueo rompe la coreografía de la cadena de suministro. El agricultor, el transportador, el distribuidor, el tendero y el consumidor final terminan afectados en efecto dominó”, explica Sarmiento.
Del campo al caos: el impacto de la protesta en las vías
Para entender el fenómeno, primero hay que visualizar cómo funciona la cadena de suministro. Desde el agricultor que siembra el trigo hasta la panadería donde se hornea el pan, pasando por molinos, distribuidores y transportistas, todo está conectado. Esa sincronía permite que los productos lleguen a tiempo, frescos y a precios razonables.
Pero cuando una carretera se bloquea, el transporte se convierte en una odisea: camiones varados, rutas alternas más largas y costosas, deterioro de los productos y escasez en los puntos de venta. Todo esto impacta directamente el precio final.
“Es como si los alimentos se fueran de tour sin planearlo. Los camiones con frutas y verduras viajan por rutas alternativas más extensas, gastan más combustible y llegan tarde. Mientras tanto, los productos se ‘cocinan’ en el camión y pierden calidad”, ilustra Sarmiento.
Por lo general, los productos más afectados por el cierre o bloqueo de vías son:
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Lácteos (leche y queso): necesitan refrigeración constante y transporte veloz. Los bloqueos dificultan la logística, reducen la oferta y elevan los precios.
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Frutas y verduras frescas (tomate, plátano, fresas, lechuga): por su alta perecibilidad, sufren rápidamente daños que las sacan del mercado.
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Carnes frescas (especialmente pollo): requieren cadena de frío continua. Los retrasos las vuelven escasas y costosas.
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Huevos: frágiles y de corta duración. El bloqueo de vías entre zonas rurales y urbanas reduce su circulación y aumenta su valor.
El impacto logístico es aún mayor en regiones vulnerables como Chocó, La Guajira, Putumayo y Caquetá, donde las condiciones de infraestructura son precarias, la geografía compleja y el acceso ya es limitado incluso sin bloqueos. “Mover alimentos en estas zonas ya es difícil por naturaleza. Un cierre vial lo agrava todo y puede poner en riesgo la seguridad alimentaria”, advierte Sarmiento.
Cinco acciones para contrarrestar estos efectos negativos
Existen varias estrategias para mitigar los efectos de estos bloqueos sobre los alimentos:
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Subsidios directos a productores afectados, para amortiguar las pérdidas.
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Control temporal de precios en productos básicos, para evitar la especulación.
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Exenciones fiscales en sectores logísticos o agrícolas críticos.
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Inversión en infraestructura vial, especialmente en zonas rurales, como medida preventiva.
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Creación de centros logísticos regionales, que permitan almacenar y distribuir alimentos con mayor eficiencia.
Pero no todo recae sobre el gobierno. Los consumidores también pueden contribuir. ¿Cómo?
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Favoreciendo productos locales, que requieren menos transporte y por ende sufren menos alteraciones en su precio.
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Planificando mejor las compras, evitando compras nerviosas que disparan la demanda.
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Apoyando mercados campesinos o cooperativas de productores, que acercan el campo al consumidor final con menos intermediarios.
“Cada uno de nosotros hace parte de esa gran coreografía logística. Si entendemos cómo funcionan las cadenas de suministro, podemos tomar decisiones más conscientes y exigir políticas públicas que favorezcan la seguridad alimentaria”, concluye el docente de Areandina.