Jimmy Bedoya

PhD en Administración Pública (NIU-USM). Máster en Administración de Recursos Humanos (UCAV de España). Máster en Administración de Negocios -MBA- (UExternado). Especialista en Seguridad (ESPOL), Gobierno y Gerencia Pública (EAN) y Control Interno (UJaveriana). Profesional en Administración Policial (ECSAN) y de Empresas (EAN), y CIDENAL (ESDEG). Es columnista y autor de "El pulso de las ideas", además de consultor con más de 30 años de experiencia en seguridad pública, capital humano y control interno.

Jimmy Bedoya

Eventos que marcaron la percepción de inseguridad en Colombia

Hay hechos que se desvanecen de los titulares, pero no de la conciencia de un país. Un edificio destruido por una bomba, un secuestro que paralizó a una generación, una masacre apenas susurrada en un pueblo, un video viral de un atraco: todos se incrustan como fragmentos de un relato que seguimos contando sin darnos cuenta. Colombia no está hecha solo de cifras; también está hecha de escenas que definieron cómo aprendimos a sentir el riesgo. No siempre son los hechos más numerosos, pero sí los más recordados, y en un país que ha convivido tanto tiempo con el miedo, esos eventos terminaron convirtiéndose en lentes: no vemos solo lo que ocurre, sino lo que tememos que vuelva a ocurrir.

Zygmunt Bauman llamó a esto el “miedo líquido”: amenazas que no están siempre presentes, pero nunca desaparecen del todo. El narcoterrorismo instaló esa sensación de fragilidad prolongada. Aunque muchas de esas tragedias pertenecen a otra época, su eco emocional sigue activo. El temor dejó de depender del presente y se volvió memoria condicionante. Por eso millones de ciudadanos siguen caminando con una prudencia heredada, como si el país pudiera fracturarse en cualquier momento.

Ulrich Beck advirtió que los riesgos modernos no son solo probabilidades, sino interpretaciones. En Colombia, un evento de alto impacto redefine la manera en que una ciudad entera organiza su miedo. Masacres rurales, secuestros emblemáticos o atentados puntuales se transforman en “eventos marco” que alteran la percepción nacional, incluso si no representan la tendencia general. Tras décadas de trauma acumulado, cada nuevo hecho se interpreta como confirmación, no como excepción.

Pero algo cambió en los últimos años: los atentados dieron paso al reinado del video viral. Hurtos violentos, riñas escaladas, extorsiones grabadas desde un celular se repiten a diario. Barry Glassner lo resume con precisión: las sociedades tienden a temer aquello que ven una y otra vez en las pantallas, incluso si no es lo más frecuente. En Colombia, diez segundos de video pueden pesar más en la percepción ciudadana que un informe completo de seguridad. El resultado es una sensación de colapso permanente que erosiona la confianza institucional, a veces más que el delito mismo.

Lo inquietante es que, ante cada evento de alto impacto —bomba o video viralizado— la respuesta institucional reproduce un libreto predecible: operativos, anuncios de mano dura, refuerzos temporales. El Estado aparece después, pero casi nunca antes, y cuando la presencia institucional se siente reactiva, el ciudadano concluye que la seguridad es frágil y que cada tragedia confirma el deterioro del sistema. Esa lectura alimenta la desconfianza, multiplica la ansiedad y vuelve a los eventos traumáticos aún más determinantes en la percepción.

Mientras tanto, el miedo se reorganiza: barrios blindados, desconfianza cotidiana, justicia por mano propia, discursos políticos que explotan la angustia social. Beck lo advirtió: cuando el riesgo se convierte en narrativa, influye más que los datos. La política pública termina respondiendo a la emoción producida por un evento, no a su diagnóstico real.

Esto no implica negar la inseguridad objetiva. Colombia enfrenta homicidios persistentes, economías criminales adaptativas, violencia rural invisibilizada y una impunidad que desgasta. Pero ningún país puede resolver su inseguridad si ignora cómo la sienten sus ciudadanos. Entender los eventos que marcaron nuestra percepción no es nostalgia: es estrategia.

Hoy Colombia necesita liderazgos que lean indicadores y heridas. Medios responsables, instituciones que expliquen y prevengan, comunidades que recuerden sin quedar atrapadas en el trauma. Transformar la percepción no es maquillar la realidad, sino cambiarla con coherencia, verdad y presencia estatal sostenida.

La pregunta es inevitable: ¿seguiremos permitiendo que los eventos traumáticos dicten la forma en que imaginamos el país? O ¿seremos capaces de convertir esa memoria del miedo en una política del cuidado? El desafío es enorme, pero también ineludible: vivir sin miedo comienza cuando dejamos de permitir que cada evento marque nuestra esperanza.

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