La administración Trump entiende que los problemas de seguridad interna que aquejan al país tienen origen en el tráfico de drogas y en la migración ilegal, principalmente, latinoamericana y africana. En el primer punto del diagnóstico tienen toda la razón, en el segundo hay matices.
Por ejemplo, muchos de los que recientemente han abandonado Colombia es porque han visto, más allá de lo burda que sea la Administración por Sobresaltos, una serie de hechos y manifestaciones peligrosísimas tales como el Pacto de la Picota, El Tarimazo, la Guerra a Muerte, la negación de la existencia del Cartel de los Soles, entre otros, como parte del engranaje de una política de gobierno que busca otorgar todo tipo de beneficios a los criminales. Replicando a Santos, Petro ha convenido en llamar a ese entramado: “Paz Total”.
A la administración Trump hay que recordarle que, como en Cuba, muchos colombianos han abandonado el país porque no legitimaron con sus votos ni el espurio plebiscito de 2016, para legalizar a las FARC, ni la esquizofrénica elección de Petro en 2022. Tenebrosa realidad política que explica la considerable cifra de gente que ha migrado a otros países a fin de encontrar mejores opciones de vida que un gobierno como el de Petro jamás (No Hamás) ofrecería y, a su vez, garantizar su propia seguridad.
Nadie que se venga oponiendo a lo sucedido en Colombia desde 2010 (FARC-Santos) quisiera terminar asesinado como el senador Miguel Uribe Turbay o perseguido y hostigado judicialmente como Álvaro Uribe Vélez.
De hecho, y como era apenas lógico, las guerrillas colombianas han expresado abiertamente que, combinando todas las formas de lucha, apoyaron a Petro en su elección, es decir, en el cumplimiento de su objetivo revolucionario. Con Hugo Chávez, las guerrillas colombianas tenían la misma “afinidad electiva”. Es a este tipo de interdependencia explosiva, entre Caracas y Bogotá, a la que me refería la semana pasada.
De otro lado, el narco-chavismo -como buen gobierno socialista- viene exportando millones de venezolanos (casi 8 millones según ACNUR, 2025) gracias a la fábrica de miseria que han montado sobre la arruinada bonanza petrolera de los últimos años. Sumado a ello, el territorio venezolano se convirtió en un santuario para las guerrillas colombianas que, junto con el Tren de Aragua, han logrado posicionarse, gracias al narcotráfico, muy cerca a la casa de gobierno en Miraflores.
Ahora bien, es importante resaltar que así como todos los migrantes no son criminales, tampoco todas las sociedades son xenófobas y, por lo tanto, el fenómeno de la migración no puede ser visto en blanco y negro como sí lo es el tráfico de estupefacientes en el que todos los narcotraficantes, sin excepción alguna, son lo que son y no “defensores de los derechos humanos”, “activistas de paz” e “intelectuales y poetas rebeldes entrampados” que exportan cocaína como si fuera la bomba atómica de América Latina contra los Estados Unidos, según los dictados de Carlos Lehder-jefe del extinto Cartel de Medellín.
Así las cosas, desde los tiempos del presidente Nixon (1969), todas las administraciones han combatido sucesivamente, con diferentes enfoques, este flagelo. Sin embargo, lo novedoso hoy es apreciar una mezcla de presión militar (cerco naval-aéreo) sobre las costas de Venezuela, cuyo gobierno ha sido declarado narcoterrorista, y unas alianzas con gobiernos como el de El Salvador o Ecuador cuyos líderes (Bukele-Noboa) no pretenden subvertir la oscura realidad calificando de incomprendidos a los criminales tal como Petro se lo expresó a la misma secretaria de seguridad, Kristi Noem.
Sobre todo, Marco Rubio (Asesor de Seguridad y secretario de Estado) ha comprendido que liberando a Venezuela de la narco-dictadura producirían un efecto dominó sobre Nicaragua y Cuba. De esa manera, y preventivamente, evitarían que Colombia siguiera el mismo camino de las tiranías mal llamadas progresistas. Además, parte del problema de seguridad podría resolverse en Haití, Honduras, Guatemala y México.
Cortando, en efecto, la tupida red de narcotráfico que opera sobre las aguas del Caribe y Centro-América se debilita la clase política que se ha tomado los Estados, cuyos brazos armados son organizaciones abiertamente terroristas y han ido reemplazando o socavando a las fuerzas militares y de seguridad. Ese gangsterismo político es la fuente principal de inestabilidad política en la región.
Rubio ha entendido que limpiando el Caribe puede producir similares efectos en Centro-América que es la zona de paso obligado de caravanas de migrantes ilegales provenientes, de alguna manera, de la frontera colombo-panameña. Estabilizando así la región, la migración ilegal puede reducirse tanto como los índices de criminalidad interna en los Estados Unidos.
Sobra decir que el enfoque de la administración Trump puede resultar efectivo; no obstante, para ello es clave reiterar que no pueden fallar en el entendido de repetir una operación como la de Irán recientemente donde bombardearon las instalaciones nucleares pero la dictadura de los ayatolás siguió alardeando de su brutal poder. No basta golpear las centrales neurálgicas del narcotráfico en Venezuela si la dictadura del Cartel de los Soles no cae. Por la seguridad hemisférica y la moral internacional se debe hacer el trabajo completo y eso lo saben en la Casa Blanca.