“Dios escribe derecho con renglones torcidos” es la conocida frase que se ha atribuido a Santa Teresa de Ávila para popularizar lo que realmente escribió: “Es gran cosa entender que el Señor sabe más lo que nos conviene que nosotros, y que con gran razón nos lleva por donde no entendemos”. Esa imagen de un renglón torcido remite a las pinturas y dibujos de algunos artistas como Van Gogh, Artaud, Twombly o Basquiat. También, yendo unos siglos atrás, a lo que le aconteció a Saint-Simon, cronista de la corte de Luis XIV que dejó cuarenta volúmenes en los que no perdió el más mínimo detalle de lo observado por él mismo durante años. La desesperación sufrida por la muerte de su mujer lo llevó inconscientemente a que “sin dejar un espacio de transición en la página, inscribiera una cuarentena de signos invisibles”, como bien lo describe George Didi-Huberman en una de sus conferencias tituladas “Hechos de los afectos”. Se dice que en su angustia Saint-Simon se volvió analfabeto porque, luego de esos garabatos, no pudo escribir durante todo un año ni siquiera un renglón.
El título del presente artículo es una parodia de “Los renglones torcidos de Dios”, novela de intriga escrita por Torcuato Luca de Tena. Desde su título hasta el nombre del autor pareciera evocar tiempos remotos siendo que es relativamente reciente: la obra es de 1979 y ha tenido dos versiones cinematográficas, la última es de 2022. Su trama se desarrolla en un sanatorio psiquiátrico y no manicomio como se les conocía poco tiempo atrás, aunque si lo vemos con algo de ironía, la trama de nuestras vidas pareciera que tienen lugar en el manicomio del mundo que está lleno de renglones torcidos que a veces intentamos enderezarlos, pero generalmente los torcemos un poco más, especialmente si se trata de un artista.
El arte y la locura encuentran fuertes afinidades si se les mira desde esos renglones torcidos. En el ejercicio del arte se sale de la norma, del imperio de la razón, de lo considerado recto para explorar en las desviaciones que se llegan a expresar de distintas maneras. Algunas de ellas se podrían comparar con síntomas de locura cuando las imágenes, las palabras y los gestos que parecen garabatos encierran mundos interiores que raramente encuentran lugar en el mundo exterior. Lo invisible y enigmático llega a ser el lugar de la trama de la obra emparentando arte y locura.
Los renglones torcidos del arte aluden a que el artista ahí no se constriñe a la línea recta, ella se quiebra, se interrumpe. Abre el camino al accidente, ahí todo es balbuceo. Entra en el campo de lo ilegible, lo ambiguo, lo roto como si fuera una escritura pendiente de ser descifrada porque no se entiende con claridad.