Cristina Plazas Michelsen

Abogada y columnista. Ha desempeñado cargos destacados como directora del ICBF, edil de Chapinero, concejal de Bogotá, alta consejera presidencial para la Mujer, secretaria privada de la Presidencia y secretaria del Consejo de Ministros. Se ha distinguido por su compromiso con la defensa de los derechos de la niñez y las mujeres, así como por su postura firme contra la corrupción y la improvisación en la política.

Cristina Plazas Michelsen

Salir del tercermundismo

Después de ochenta años de espera, Bogotá por fin tiene Metro. Lo que durante generaciones fue apenas una promesa incumplida hoy se convierte en realidad. No hablamos solo de un tren: hablamos de un símbolo de grandeza, de lo que este país es capaz de lograr cuando la visión y la perseverancia se imponen sobre la mezquindad y la polarización.

El Metro no es de un gobierno ni de un partido. No es de izquierda, ni de derecha, ni de centro. Es de paisas, costeños, caleños, opitas, chocoanos, rolos, llaneros, santandereanos y de todas las regiones. Es de un país que necesita reconciliarse con sus grandes obras y aprender a quererlas, porque se financian con los impuestos de todos y porque representan el legado que dejamos a las próximas generaciones.

Por décadas, el Metro fue el espejo de nuestras falencias: una ciudad atrapada en discusiones ideológicas, políticos enfrascados en peleas estériles y oportunidades que se nos escapaban entre los dedos. Ocho décadas de atraso que costaron calidad de vida, tiempo con la familia, competitividad económica y la posibilidad de soñar con una ciudad de primer mundo. Cada día perdido significó más trancones, más contaminación, más frustración para millones de ciudadanos.

Esa historia no se puede repetir. El Metro debe ser el punto de inflexión. Si queremos dejar de ser un país de tercer mundo, tenemos que dejar de pensar como uno. La infraestructura no puede seguir siendo un capricho político: debe convertirse en una política de Estado, con continuidad garantizada más allá de los cambios de gobierno.

Ese futuro solo se construye con visión a largo plazo y con alianzas sólidas. La empresa privada, la academia, los gremios y las asociaciones de la sociedad civil cada día deberían tener más peso en las decisiones gubernamentales, para pensar las ciudades del mañana con planeación estratégica que trascienda gobiernos y coyunturas políticas.

Cada kilómetro de Metro genera miles de empleos directos e indirectos, atrae inversión, impulsa el valor de la vivienda y reduce emisiones. Experiencias internacionales y estudios del Banco Interamericano de Desarrollo lo demuestran: el transporte masivo eléctrico no solo transforma la movilidad, también eleva la productividad, mejora la competitividad y le devuelve calidad de vida a las personas. Ese es el debate que debería importarnos, no la vanidad de los gobernantes de turno.

Los verdaderos artífices del progreso son quienes obligan a dar continuidad a lo que funciona. No podemos seguir delegando nuestro futuro en discursos vacíos. Debemos exigir resultados. Queremos ciudades con infraestructura de países desarrollados, no con remiendos temporales. Queremos parques, ciclorrutas y espacios verdes que nos devuelvan tiempo y bienestar. Queremos ciudades amables, diseñadas para todos.

Qué buena imagen la que vimos en Cartagena, con tres alcaldes emocionados por lo que estaba a punto de suceder en la capital. Esa es la foto que necesita Colombia: mandatarios, empresarios, ciudadanos y regiones remando hacia el mismo lado, celebrando juntos los logros que nos benefician a todos. No más regionalismos que nos dividen, sino un país interconectado, con obras que acerquen territorios, unan culturas y construyan futuro. Porque cuando trabajamos unidos, lo que parecía imposible se convierte en realidad.

Pero también necesitamos que este Metro sea apenas el inicio de una ola de grandes obras en todo el país: más sistemas de transporte masivo en varias ciudades, más aeropuertos que conecten nuestras regiones, más tramos de tren que unan territorios y más malecones que fortalezcan nuestras costas. Porque no se trata solo de una obra, sino de un cambio de mentalidad: un país que piensa en grande invierte en movilidad moderna para varias ciudades, abre oportunidades, impulsa la economía y le devuelve calidad de vida a millones de ciudadanos.

Y ahora, con las elecciones presidenciales en el horizonte, esta debe ser la verdadera exigencia ciudadana: que los candidatos dejen de lado las peleas pequeñas, los discursos vacíos y la superficialidad. Que se comprometan a pensar en grande, a plantear cuáles son las obras que transformarán la vida de los colombianos y a garantizar la continuidad de lo que ya hemos construido durante décadas. Esa es la conversación que necesitamos, y esa debe ser la vara con la que midamos a quienes aspiran a gobernar. Porque, al final, el voto responsable no es por quien más grite o divida, sino por quien tenga la visión, la experiencia y la grandeza de construir y no de destruir. Esa es la candidatura que debemos apoyar y ese es el país que debemos escoger en las urnas.

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Cristina Plazas Michelsen
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