
En el béisbol, como en la vida, no todos los caminos son rectos. Algunos se bifurcan entre el anonimato y la esperanza, entre una app de transporte y un sueño que se niega a morir. J.C. Escarra, nacido en Hialeah, Florida, hijo de inmigrantes cubanos, conoce bien esa ruta. No es la estrella moldeada en academias de élite ni el protegido de promotores millonarios. Es el hombre que, cuando el béisbol lo soltó, se aferró más fuerte.
Tras ser dejado en libertad por los Orioles de Baltimore en 2022, Escarra no colgó el guante: se convirtió en conductor de Uber y maestro sustituto. No como renuncia, sino como resistencia. Con cada carrera que recogía en su carro, seguía entrenando en silencio. Mientras enseñaba en escuelas, planeaba su regreso al diamante.
Y ese momento llegó. En 2024 firmó contrato con los Yankees de Nueva York. Muchos no lo vieron venir. Pero él sí. Porque nunca dejó de prepararse, nunca dejó de creer. En la pretemporada del 2025, su talento habló. Su disciplina gritó. Y el equipo lo escuchó.
Hoy, J.C. Escarra hace parte del roster oficial de los Yankees, no como una apuesta publicitaria, sino como símbolo de que el béisbol —como la vida— también premia la constancia.
Su historia no es una fábula motivacional. Es cruda, real y profundamente actual. Representa a miles de jóvenes que, lejos de los focos, trabajan, estudian o sobreviven mientras esperan una oportunidad que tal vez no llegue. Pero Escarra la forzó. Y eso lo convierte en algo más que un jugador: lo convierte en un referente.
En tiempos donde el éxito parece instantáneo y superficial, su camino nos recuerda algo esencial: los verdaderos grandes no siempre vienen vestidos de héroes. A veces, usan jean, manejan Uber y entrenan en silencio mientras todos los dan por vencidos.
Este es un Radar K sobre lo que realmente importa: talento, sí. Pero también carácter.