
La columna de Germán Vargas Lleras no es un simple desahogo: es un misil político. Bajo el título “Los pusilánimes”, convierte el “no polarizar” en sinónimo de cobardía y lo usa como arma para aniquilar a sus contrincantes, no solo al gobierno de Petro, sino también a quienes, desde la oposición, prefieren la tibieza del silencio.
Vargas entiende que el terreno de la oposición es hoy un campo en disputa. Y con esta columna busca liderarlo, descalificando a todo aquel que no se atreva a confrontar de frente. Sus preguntas retóricas son cuchilladas: ¿es polarizar denunciar la cleptocracia?, ¿es polarizar advertir que la salud se quiebra o que los narcos se toman el país? Para él, callar no es prudencia, es complicidad.
El cálculo es evidente: dejar sin aire a los moderados y presentarse como la voz firme que no teme la confrontación. Un discurso que, aunque conecta con la indignación ciudadana, también deja claro que Vargas Lleras no solo habla de crisis, habla de poder.
La pregunta de fondo no es si polarizar o no, sino quién capitaliza el descontento. Y en ese juego, Vargas Lleras está decidido a no dejar espacio para pusilánimes.