Carlos Salas
Carlos Salas

Nos pusieron a temblar

La excelente exposición de Rafael Nieto, en entrevista con Demar Córdoba en La Hora de la Verdad, de los hechos e implicaciones del atentado brutal contra el joven precandidato presidencial, Miguel Uribe -que me permito recomendarles muy especialmente al adherirla en todos y cada uno de sus planteamientos-, me exime de intentar hacer un análisis de tan graves hechos. 

Venía de Subachoque cuando escuché a Luis Carlos Vélez dar una información errónea de lo acontecido con la que quedé tranquilo hasta que recibí la llamada de un amigo muy preocupado. Traté de tranquilizarlo diciéndole que se sabía de una persona herida pero que no era Miguel Uribe, como lo escuché en el reporte de Vélez. Sembrada la duda me informé por las redes: dos tiros a quemarropa habían impactado sobre la cabeza y el cuello del joven y muy promisorio político, era lo que realmente había acontecido.

Relato esto para compartir el cambio de mi reacción ante una y otra información. Si hubiese sido como lo escuché inicialmente, un intento fallido, la cosa perdía parte importante de su gravedad. Lo que hace tan dramática la situación es que el sicario logró su objetivo, dando en el blanco, lo que cambió totalmente mi perspectiva. Que los arranques de locura del mequetrefe incitando al odio y a la violencia empiecen a verse materializados en hechos como este es cosa de cuidado. Hasta ahora lo veíamos como delirios de un drogadicto que en su posición de poder podría hacerse inmensamente peligroso, pero todo en potencia. Ahora las cosas son muy diferentes y se requiere de una acción inmediata para sacarlo de la `presidencia, por ser un enemigo público de gran peligrosidad.

Que la violencia se vea como una remota posibilidad nos permite relajarnos y hasta desentendernos de ella. Ya verla de frente, con actos tan graves como el del pasado sábado, hace que las cosas sean de otro color. El 7 de junio quedará como el día en que cambió el panorama político del país, nada será igual a lo que precedió esa fecha en pleno arranque de las campañas electorales. En nuestras mentes y en nuestros corazones Miguel Uribe ocupará un lugar primordial luego del atentado. Mencionar si sobrevive o no me causa inmensa angustia y no me atrevería a hacer conjeturas. Lo cierto es que mi aprecio hacía este joven y carismático político se ha instalado en mi alma desde que se ha convertido en un mártir, alguien “que sufre padecimientos en defensa de sus creencias y convicciones”.

Un día después, los habitantes del centro del país vivimos momentos de pánico a raíz de un fuerte movimiento de tierra que nos puso a temblar. Con esto la posibilidad de un terremoto vuelve a la mente de los bogotanos, aunque ya han pasado décadas desde el último que afectó a la capital en 1967. Con mi tendencia a asociar unos hechos con otros, se me ocurre que podríamos sacar una lección de estos dos eventos consecutivos:  a pesar del inevitable sentimiento de terror al sentirnos inútiles ante circunstancias tan peligrosas, podríamos hacer un ejercicio de introspección con el que pudiéramos derribar el sentimiento de impotencia fortaleciendo nuestro ser interior para acrecentar nuestras fortalezas interiores con las que enfrentar adversidades tan grandes.

Podríamos comenzar por pasar de las palabras a la acción y hacer del grito estruendoso de ¡Fuera Petro! una realidad. Hacer temblar, hasta su caída, al nefasto gobierno corrupto y usurpador sería el paso a dar en un momento tan crítico. Si da escalofríos la manera como el mequetrefe ha respondido al atentado a Miguel Uribe, no quiero ni imaginar de qué manera respondería a una catástrofe natural, creo que ustedes tampoco.

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