Filosofía del dolor: ¿es el sufrimiento maestro o castigo?

Mié, 08/10/2025 - 09:50
Las crisis existenciales, las pérdidas y los periodos de vacío profundo no son castigos, sino portales hacia una transformación interior.
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Cortesía Gerardo Rosales

Desde el nacimiento, con ese primer llanto que anuncia la vida, hasta el instante final de la muerte, el ser humano está marcado por el dolor. No hay forma de escapar de él, porque es parte de la condición misma de existir. Los estoicos lo entendieron con lucidez: la vida no es cruel porque duela, sino que duele porque es vida. Séneca aconsejaba la preparación para la adversidad como la virtud más necesaria, y Epicteto señalaba que no se trata de evitar el sufrimiento, sino de aprender a convivir con él.

Aceptar que el dolor es un destino inevitable no significa resignarse, sino reconocer que el sufrimiento es un elemento constitutivo de la experiencia humana. Negarlo no lo borra; por el contrario, lo multiplica en forma de miedo y angustia.

En muchas tradiciones filosóficas, religiosas y espirituales, el dolor se ha comprendido como un maestro exigente, pero que enseña lo esencial. En el cristianismo, la cruz no es solo suplicio, sino vía de redención: el sufrimiento que purifica y abre la posibilidad de una nueva vida. En el budismo, la primera noble verdad afirma que todo es dukkha, insatisfacción; solo al reconocerlo se puede caminar hacia la liberación.

La metáfora más poderosa de esta visión es “La noche oscura del alma”, descrita por San Juan de la Cruz y reinterpretada en tiempos modernos por el psicoterapeuta y escritor Thomas Moore. En su obra homónima, Moore sostiene que las crisis existenciales, las pérdidas y los periodos de vacío profundo no son castigos, sino portales hacia una transformación interior.

La persona atraviesa un tiempo de sombras, siente que la vida ha perdido su sentido, que la esperanza se apaga. Sin embargo, lo que parece condena es en realidad iniciación: el dolor rompe seguridades ilusorias para abrir paso a una visión más auténtica y madura de la existencia.

En esta clave, Moore muestra que el sufrimiento es menos un verdugo que un umbral. No se trata de buscar el dolor, sino de aceptar que, cuando llega, puede convertirse en una experiencia fértil de renovación.

Junto a esta interpretación formativa existe otra, igual de antigua: la del sufrimiento como castigo. Job, en el Antiguo Testamento, experimenta desgracias incomprensibles y se pregunta por qué Dios lo permite. En la Grec

El sufrimiento como castigo y condena

Junto a esta interpretación formativa existe otra, igual de antigua: la del sufrimiento como castigo. Job, en el Antiguo Testamento, experimenta desgracias incomprensibles y se pregunta por qué Dios lo permite. En la Grecia clásica, las tragedias están llenas de personajes que sufren por haber desafiado a los dioses o al destino. Y en la psicología contemporánea encontramos a quienes viven sus enfermedades o fracasos como condena personal: “algo malo hice, por eso me ocurre esto”.

En este registro, el dolor deja de enseñar y se convierte en verdugo. No revela caminos, sino que bloquea. Encierra a la persona en un círculo de culpa y desesperación. Es la visión que transforma la adversidad en carga moral, imposible de elaborar.

Nuestra época vive una relación contradictoria con el sufrimiento. Por un lado, lo niega y busca anestesiarlo: medicamentos para dormir, pantallas para distraer, terapias rápidas que prometen eliminar el malestar sin detenerse en él. Se ha vuelto un tabú social: se esconde, se medicaliza, se silencia. Por otro lado, el dolor se exhibe como espectáculo: lo consumimos en noticieros, redes sociales y ficciones que convierten el sufrimiento en entretenimiento.

En ambos casos, el dolor se vacía de su valor transformador. La negación lo vuelve invisible y la banalización lo reduce a espectáculo. Pero en ninguno de los dos escenarios se lo escucha como lenguaje del alma.

Más allá de ser maestro o castigo, el sufrimiento puede ser comprendido como revelación. El dolor revela los límites del cuerpo, nos recuerda nuestra vulnerabilidad física. Revela también la fragilidad de nuestras certezas: todo lo que parecía seguro puede venirse abajo en un instante. Pero, al mismo tiempo, revela la necesidad del otro. Nadie sufre del todo en soledad: el dolor convoca solidaridad, comunidad, vínculo.

La metáfora de La noche oscura del alma refuerza esta idea. En apariencia, todo se pierde. Pero en esa experiencia se abre una posibilidad de ver lo esencial con una claridad distinta. El dolor habla un idioma extraño, pero es lenguaje al fin: un mensaje que nos confronta con la verdad de lo que somos.

Viktor Frankl, la Logoterapia y la libertad interior frente al sufrimiento

Konciencia
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Cortesía Gaspar Zaldo

La aportación de Viktor Frankl resulta decisiva en este dilema. Como psiquiatra y sobreviviente de Auschwitz, supo que el dolor es inevitable, pero también que la actitud frente a él es libre. A partir de esa vivencia desarrolló la Logoterapia, una escuela psicológica centrada en la búsqueda de sentido como motor de la existencia.

En la Logoterapia, el sufrimiento no se elimina ni se niega, sino que se resignifica. Frankl afirmaba que el sufrimiento deja de ser sufrimiento en el momento en que adquiere sentido. Esto no significa que se vuelva agradable, sino que adquiere una dimensión humana más profunda: se convierte en testimonio, en camino, en responsabilidad.

El núcleo de la Logoterapia es la convicción de que, aun cuando todo lo externo es arrebatado —la libertad física, los bienes, la seguridad—, permanece la libertad interior de decidir cómo responder. Esa capacidad de elección se convierte en la última y más radical de las libertades humanas.

El sufrimiento, desde esta perspectiva, puede ser ocasión de maduración espiritual y ética. En lugar de hundirnos en la maldición, podemos transformar el dolor en un acto de resistencia y dignidad. Así, la Logoterapia no solo propone un modo de comprender el sufrimiento, sino también una forma de vivirlo: como posibilidad de sentido y como puente hacia una existencia más plena.

Epílogo: el dolor de Jesucristo como horizonte de sentido

El sufrimiento de Jesucristo en la cruz ha sido uno de los símbolos más potentes de la historia humana. Más allá de las interpretaciones religiosas, su pasión concentra en un solo gesto la paradoja del dolor: fragilidad y grandeza, abandono y redención, límite humano y promesa de trascendencia.

  1. 1. El dolor como comunión con lo humano. Cristo asume la condición más vulnerable del ser humano: la del cuerpo desgarrado y la soledad extrema. En esa experiencia muestra que ningún dolor nos aísla por completo, porque incluso Dios, encarnado, lo compartió.
  2. 2. El sufrimiento como entrega. La cruz no se vive como un absurdo pasivo, sino como acto de amor radical. El dolor se transforma en donación, en servicio, en ofrenda que trasciende el ego. Así, el sufrimiento deja de ser mero peso y se convierte en acto de libertad.
  3. 3. El abandono como revelación. “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” revela que incluso en la mayor oscuridad puede brotar la pregunta de sentido. Cristo no niega el vacío, lo nombra. Y al nombrarlo, abre la posibilidad para todos de habitar nuestra propia noche oscura sin perder la esperanza.
  4. 4. El dolor como camino de resurrección. La cruz no es el final, sino preludio. El sufrimiento más brutal se transforma en posibilidad de nueva vida. Aquí el dolor se revela como tránsito: no queda congelado en castigo, sino que se convierte en promesa de plenitud.

El sufrimiento puede asumirse como maestro, vivirse como castigo o comprenderse como tránsito revelador. La noche oscura del alma, evocada por Thomas Moore, enseña que no siempre es posible encontrar un sentido inmediato: a veces hay que atravesar la sombra para descubrir que la herida escondía una revelación.

Y en la cruz de Cristo se condensa ese misterio: el dolor que parecía derrota absoluta se convirtió en comunión, entrega, revelación y camino de resurrección. Como señaló Viktor Frankl, el sufrimiento no se borra, pero puede adquirir sentido. En esa decisión —la de transformar la oscuridad en aprendizaje— el dolor deja de ser  un enemigo que destruye y se convierte en maestro silencioso que, aunque severo, abre las puertas de la libertad interior.

Creado Por
Armando Martí
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