Tribulaciones de un terapeuta ante un mundo enfermo

Mié, 05/11/2025 - 11:51
La paradoja es evidente: el mundo jamás fue tan libre, y, sin embargo, jamás tuvimos tantas personas encadenadas a sus impulsos y a enfermedades mentales.
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Cortesía Squids

Transitamos una época donde los avances tecnológicos conviven con un vacío interior creciente. La hiperconexión digital contrasta con una desconexión emocional profunda. Miles de personas llegan a consulta con una herida silenciosa: saben mucho del mundo externo, pero casi nada de su propio corazón. El dolor emocional ya no se manifiesta solo en lágrimas, sino en ansiedad, insomnio, adicciones, compras compulsivas, aislamiento social y cuerpos que enferman porque el alma ya no encuentra cómo sanarse.

No es exagerado decirlo: estamos frente a una crisis silenciosa del espíritu. Y el mayor riesgo de esta condición mundial no es la muerte, sino vivir sin propósito.

Hoy abundan líderes contradictorios que hablan de libertad, pero viven encadenados a sus propias emociones incontrolables y reprimidas. Hombres y mujeres que lograron estudios, trabajos, viajes y “éxito” según la narrativa social, pero no pueden dormir sin medicación, no saben estar en paz o en silencio, no se toleran a sí mismos y necesitan ruido externo para huir de la incomodidad de su propia conciencia amaestrada.

En lugar de construir, editan su vida. En vez de sentir, huyen de sí mismos. La cultura del “me lo merezco” o “Soy único”, terminó por reemplazar el valor del esfuerzo disciplinado y la tendencia del “amor propio inflado por el ego”, desplazó la humildad de reconocer heridas, límites y responsabilidad por la rehabilitación personal.

El resultado: relaciones superficiales, vínculos desechables , ambiciones desmedidas , adicciones , corrupción y una generación que confunde montañas rusas emocionales emocional con amor, dopamina con felicidad sexo para consumir y no construir respeto y valor por el otro y además , estímulos digitales y hologramas por una vida sencilla y satisfactoria.

Adicciones modernas: el alma anestesiada

La adicción ya no es únicamente a las sustancias clásicas. Hoy vemos:

  • Dependencia al celular y al “like”.
  • Consumo compulsivo de contenido sexual.
  • Necesidad obsesiva de reconocimiento social.
  • Compras como anestésico emocional.
  • Escape constante a través del alcohol, fármacos y comida.
  • Adicción al drama y a relaciones dañinas porque lo sano parece “aburrido”.

Cada una de estas conductas es un intento desesperado por evitar la soledad interior y la necesidad de dar y recibir amor. Se busca placer inmediato en lugar de construir una vida con sentido. La paradoja es evidente: el mundo jamás fue tan libre, y, sin embargo, jamás tuvimos tantas personas encadenadas a sus impulsos y a enfermedades mentales.

Muchos ya no se preguntan “¿para qué vivo?”, sino “¿cómo sobrevivo al día?”. El sentido dejó de ser brújula y fue reemplazado por la urgencia. La espiritualidad fue cambiada por motivaciones vacías, y el esfuerzo profundo por la búsqueda de cómodos atajos basados en el autoengaño.

Hoy en día, el éxito se mide en bienes, en seguidores, en apariencias, no en crecimiento ni paz interior. Y cuando se pierde el sentido, se pierde la dignidad del alma. El ser humano empieza a negociar sus valores. La fidelidad se vuelve optativa, el compromiso un peso, y el deseo —no la consciencia — toma el mando. Por eso, la infidelidad emocional se volvió cotidiana, celebrada y normalizada. El amor maduro fue desplazado por vínculos líquidos, sin raíces, sin proyecto, sin Espíritu.

Hipnosis social: consumo, sexo y ruido

Konciencia
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Cortesía Karolina Graboswska

Las redes sociales son un teatro tenebroso y narcisista. No muestran vidas, sino vitrinas. Y aunque muchos lo saben, pocos logran escapar a su gran toxicidad y violencia. Influencers dictan prioridades y creencias. La moda decide la moral. El algoritmo dice qué desear, qué comprar y qué consumir Y la pornografía ofrece placer instantáneo sin riesgo, sin compromiso, sin contacto real:

Sexualidad sin amor.
Curación sin proceso.
Espiritualidad sin disciplina.
Felicidad sin sacrificio.

Ante tanta desconexión, el cuerpo protesta: Burnout, estrés, ansiedad, colon irritable, dermatitis, insomnio, migrañas, fatiga crónica, ataques de pánico, arritmias, tensiones musculares, gastritis, caída del cabello, dolor crónico. No son enfermedades nuevas, son seres con sus almas cansadas manifestándose a través de la biología. No falta medicina. Falta sentido. Falta silencio. Falta amor auténtico. Falta humildad para pedir ayuda. Falta Dios, aunque muchos no quieran aceptarlo.

Salir de esta niebla mental requiere decisión. No hay fórmulas milagrosas, pero sí caminos posibles:

  • Gestionar las emociones especialmente las violentas y vengativas.
  • Reducir el consumo compulsivo de redes.
  • Elegir relaciones sanas, aunque exijan esfuerzo.
  • Asumir responsabilidad por la propia vida.
  • Disciplina emocional y espiritual diaria.
  • Tiempo en silencio, sin pantallas.
  • Servicio al otro para romper la prisión del yo.
  • Un propósito más grande que el ego.

Se trata de reconstruir desde la raíz. Desintoxicar la mente del ruido social, y el corazón del autoengaño.  Vivir no es reaccionar. Vivir es elegir.

Una ventana a la esperanza

Hay un punto en la vida donde uno deja de pelear con el mundo y empieza a pelear con su propia sombra. Donde la soberbia ya no alcanza, la autosuficiencia se rompe y el vacío personal cansa más que cualquier problema externo. En ese lugar —donde nadie quiere estar, pero todos llegamos tarde o temprano— no sirven los discursos de autoayuda, ni cursos de espiritualidad Light ni tampoco las frases brillantes de redes sociales. En ellas se revelan quién sostiene de verdad y quién solo entretiene y mienten.

Mi ventana de esperanza como terapeuta no fue de pronto, llevo más de 30 años buscándola en varios estadios de mi evolución interior y se llama: Jesucristo. Yo no llegué a él por religión. Llegué por experiencia propia, agotado, agobiado, curioso, desafiante y también, enfermo.

Vacío por tiempos de oscuridad, inflamado de miedo en otros. No desde la victoria, sino desde el dolor de la herida íntima. Y en esa grieta descubrí algo que no se puede negociar con el mercado del bienestar ni se vende en la vitrina del éxito: presencia de amor. No promesa hueca, presencia real de saber que sin él no soy nadie. Fuerza y fe que no pedí, descanso que no fabriqué, paz que no merecía y, aun así, me abrazó entre sus brazos sin soltarme en los peores momentos de mi existencia.

No me libró del dolor, pero me enseñó a atravesarlo sin perder la cordura y el alma. No me evitó las noches largas, pero puso luz donde yo ya no veía salida.
No me dio respuestas rápidas: me dio raíces y reflexiones que cambiaron mis decisiones y la perspectiva de la realidad superficial.

Cuando las fuerzas humanas se agotan, se revela un renacer que no nace de uno mismo sino de la gracia. Allí Cristo no es teoría. Es oxígeno. Es camino, es la verdad que trasforma. Para el que duda, para el que carga cansancio, heridas o días grises, dejo Su promesa —la que también me sostuvo a mí:

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar.» (Mateo 11:28)

Y si este mundo parece enfermo, recuerda: no naciste para hundirte con él, sino para levantarte desde dentro, sostenido por la misericordia que no falla y por la certeza de que, donde tus fuerzas terminan, comienza la mano que jamás te deja caer. Cuando todo tambalea, no temas: hay un Dios que no tiembla y su luz sigue encendida para quienes ya se cansaron de la oscuridad de un mundo enfermo.

Creado Por
Armando Martí
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