El derecho a no estar bien

Mié, 22/10/2025 - 13:34
He sentido las horas oscuras en las que el alma se siente a la deriva, sin rumbo ni certeza. Pero con el tiempo comprendí que en esa oscuridad se gesta algo sagrado.
Créditos:
Tim Mossholder

1. El cansancio de sostenerlo todo

Durante años creí que debía ser fuerte. Que la serenidad era no temblar, no llorar, no mostrar el cansancio. Me acostumbré a decir “todo bien” incluso cuando algo dentro se apagaba. Me volví experto en mantener la voz firme, aunque el alma se deshiciera por dentro. No era valentía, era miedo: miedo a decepcionar, a preocupar, a mostrarme frágil.

Pero un día, simplemente, ya no pude fingir más. El cuerpo habló por mí. El agotamiento me dobló, el dolor físico me obligó a detenerme. Y en ese silencio involuntario comprendí que tenía derecho a no estar bien. Que la vida no se derrumba porque uno se permita ser humano.

Aprendí que no estar bien no es fracasar. Es un modo de escuchar lo que habíamos callado por demasiado tiempo. La tristeza no llega para castigarnos, sino para limpiar lo acumulado. El miedo no es un enemigo, es una alarma del alma que dice: “ya basta de sostener lo insostenible.”

2. Cuando el alma pide pausa

Ahora bien, confundí el equilibrio con control. Intentaba dominar mis emociones como quien encierra un animal en una jaula. Pero la vida no se deja domesticar. A veces hay que llorar sin entender por qué. A veces hay que detenerse, aunque todos sigan corriendo.

Lo que más cuesta no es el dolor, sino el juicio interno que lo acompaña. Esa voz que repite: “no deberías sentirte así”, “tienes que ser positivo”, “hay gente peor”. Pero la comparación no cura. Solo nos separa de nuestra verdad. Hoy sé que el sufrimiento se alivia cuando se honra con dignidad, no cuando se disfraza.

El dolor, cuando se acepta, se transforma. No de inmediato, ni de forma milagrosa, sino poco a poco. Como la lluvia que cae sin hacer ruido, hasta que el aire se limpia. En el fondo, el alma no necesita respuestas rápidas; necesita ser escuchada sin prisa.

3. Las horas oscuras y sus lecciones

No estar bien tiene un valor profundo: nos humaniza. Nos saca del papel de “terapeuta”, “padre”, “amigo fuerte” o “líder espiritual” para recordarnos que también somos carne temblorosa, con días de duda y noches sin consuelo. Y está bien. La serenidad auténtica no nace del control, sino de la aceptación.

He sentido las horas oscuras en las que el alma se siente a la deriva, sin rumbo ni certeza. Pero con el tiempo comprendí que en esa oscuridad se gesta algo sagrado. El alma, cuando se vacía, empieza a escuchar otra voz. Una que no grita ni promete, solo acompaña.

A veces Dios se manifiesta en el silencio, no en las respuestas. Y uno se da cuenta de que no hace falta entenderlo todo para seguir adelante. El sentido aparece después, como la luz que brota tras una tormenta que parecía interminable.

4. La paz interior de no fingir

Vivimos en un mundo que exige estar bien como si fuera una norma de etiqueta. Publicamos sonrisas, frases inspiradoras, cuerpos en forma. Pero nadie publica sus miedos, sus recaídas, sus oraciones a medianoche. Y sin embargo, ahí es donde ocurre la verdadera vida. En la intimidad del alma cuando se quiebra, en la pregunta que no tiene respuesta, en la lágrima que cae sin testigos.

No estar bien es un acto de resistencia frente a esa tiranía de la perfección. Es mirarse al espejo y aceptar la imperfección como parte del camino. Es reconocer que la tristeza también tiene su belleza, porque nos enseña a mirar sin filtros.

La serenidad no se alcanza eliminando el dolor, sino aprendiendo a vivir con él y tomar decisiones cuando nos consuma. Decidir pedir ayuda, retirarse a tiempo, soltar una carga o cambiar de rumbo. 

El alma se fortalece cuando deja de esconder sus heridas y actúa desde la verdad. Cada cicatriz guarda una historia, y toda historia merece ser contada sin vergüenza.

5. La calma de la verdad

 Hoy ya no temo decirlo: hay días en los que no estoy bien. Y no pasa nada. Me siento, me escucho, me abrazo. Ya no me apuro por salir del dolor, porque entendí que también allí hay verdad.

El derecho a no estar bien es, al final, el derecho a vivir sin máscaras. A soltar la obligación de aparentar felicidad. A darnos el permiso para ser humanos en toda nuestra complejidad. 

Y cuando uno se concede ese derecho, algo maravillosos sucede: La calma del espíritu hace presencia. No porque todo mejore, sino porque uno deja de pelear con la superficialidad de la vida. Entonces aparece la paz más profunda: El amor de Jesús que nos toma de la mano y nos dice “no temas aquí estoy yo”.

Hay una dignidad silenciosa en quien aprende a hacer las paces con la vida, incluso en medio del dolor. Vivir bien no significa tenerlo todo, sino vivir con conciencia, sin temor a sentir, sin huir del sufrimiento. Es aprender a cuidar el espíritu mientras el cuerpo resiste. Recordando que es la energía del alma quien alimenta el cuerpo y no el cuerpo quien alimenta al alma.

Creado Por
Armando Martí
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