El proyecto político que impulsa Gustavo Petro con el llamado Frente Amplio es, en esencia, una reedición del mismo modelo de poder que hoy gobierna. Mientras tanto, la oposición busca rearmarse para ofrecer al país una verdadera alternativa democrática.
El 1.540.391 votos (65,13%) que obtuvo Iván Cepeda Castro en la consulta son importantes, pero están lejos de garantizarle siquiera un paso a segunda vuelta, y mucho menos la llegada a la Casa de Nariño. Por eso Gustavo Petro dando vida a un nuevo libreto recurrió a la burocracia y forzó —contra la voluntad de la izquierda más radical— la inclusión de Daniel Quintero en esa misma consulta. La jugada le salió mal: Quintero Calle se desdibujó solo y demasiado rápido.
Petro, consciente de que la cercanía de Cepeda Castro y María José Pizarro con la guerrilla ya no puede ocultarse —como él logró hacerlo durante sus años en el Congreso—, ha decidido jugar con quienes le aseguraron su elección y hoy lo acompañan en el poder: el santosampetrismo. Con ellos ha puesto en marcha el mismo libreto, ahora con otro nombre: el Frente Amplio.
El gobierno actual se la jugará por Roy Barreras —no por Cepeda Castro, quien junto a Pizarro deberá plegarse a él—, acompañado de los mismos personajes de la vieja, tradicional y cuestionada clase política con la que hoy gobierna, paradójicamente, bajo el lema de “el cambio”:
Armando Benedetti, Alfonso Prada, Luis Fernando Velasco, Juan Fernando Cristo, Guillermo Rivera, Guillermo Reyes, Mauricio Lizcano, Luis Gilberto Murillo, Clara López, Camilo Romero y Carlos Caicedo.
Este último es, quizás, el único con alguna posibilidad —aunque remota— de disputarle el liderazgo a Barreras. Así se perfila el Pacto Histórico 2.0, un proyecto que dice renovarse, pero que conserva los mismos vicios de origen. Es imposible el “cambio” con los mismos de siempre.
Mientras tanto, la oposición al santosampetrismo —gestada por el que muchos consideran el peor gobierno de la historia del país— busca su momento de cara a que crece cada día y muestra una clara voluntad de llegar unida a las próximas elecciones presidenciales y legislativas. No obstante, algunos precandidatos han caído en el craso error de atacar a quienes, más temprano que tarde, deberán ser sus aliados naturales si aspiran a derrotar al oficialismo de hoy.
Este panorama explica las conversaciones entre los expresidentes Álvaro Uribe Vélez y César Gaviria Trujillo, así como los acercamientos de líderes como Juan Manuel Galán y Sergio Fajardo, quienes buscan construir puentes que permitan contener al santosampetrismo y rescatar al país del peor momento de su historia republicana.
En este contexto, la propuesta del precandidato David Luna resulta oportuna, relevante y digna de una reflexión profunda. Luna plantea que la unidad opositora no debe limitarse a enfrentar al santosampetrismo en segunda vuelta —que, con el apoyo del gobierno y sus artimañas, podría perpetuarse en el poder—, sino que debe apuntar más alto: lograr que la oposición llegue a la segunda vuelta con dos opciones democráticas sólidas, capaces de competir con altura y ofrecer confianza al país.
Solo así los colombianos podrán votar con libertad y convicción, sin el temor de hacerlo “por uno para no reelegir a Petro y a sus nefastos aliados”.
El verdadero reto no es solo derrotar al santosampetrismo en las urnas, sino reconstruir una alternativa seria, ética y moderna que devuelva esperanza a un país exhausto de populismo, corrupción y polarización. El Frente Amplio puede cambiar de nombre, pero —como todo indica— sigue siendo lo mismo de hoy.
