Los partidos políticos colombianos llegan divididos al cierre de 2025. Las pugnas por avales, fracturas ideológicas y disputas de liderazgo en casi todas las colectividades tradicionales anticipan unas elecciones legislativas y presidenciales de 2026 marcadas por la fragmentación.
Más que una coyuntura, los conflictos internos revelan una crisis de fondo: la erosión del sistema partidista como mediador entre la ciudadanía y el poder político.
Una fractura generalizada
En el Partido Conservador, el proceso para definir candidato presidencial derivó en un pulso entre tres aspirantes, Efraín Cepeda, Juana Carolina Londoño y Carlos Felipe “Pipe” Córdoba, y en un debate sobre el mecanismo de selección. La dirección decidió ampliar el plazo de inscripciones para permitir la entrada de Córdoba, lo que provocó la molestia de Cepeda, quien denunció “presiones impresentables” e intromisión de fuerzas cercanas al Gobierno. Detrás del cruce de declaraciones se libra una disputa más profunda: entre el conservatismo tradicional que reclama independencia frente al petrismo y un sector pragmático que considera viable cooperar con el Ejecutivo.
Un escenario similar enfrenta el Centro Democrático, donde el método para escoger candidato presidencial generó un enfrentamiento público entre el senador Miguel Uribe Londoño y el director del partido, Gabriel Vallejo. La contratación de la encuestadora Atlas Intel provocó acusaciones de falta de transparencia y advertencias sobre sesgos digitales. La controversia derivó en cartas cruzadas, pronunciamientos de otros precandidatos y la eventual renuncia de la firma encuestadora. El episodio dejó al descubierto un uribismo dividido entre quienes piden garantías en los procesos internos y quienes defienden las decisiones del comité directivo.
En el Partido Liberal, la crisis es de naturaleza ideológica. El expresidente César Gaviria anunció su intención de articular una gran coalición de centro-derecha junto a Álvaro Uribe, lo que provocó rechazo en la mayoría de congresistas liberales, hoy más cercanos al gobierno Petro. La alianza reactivó tensiones históricas entre las vertientes socialdemócrata y conservadora del liberalismo, cuestionando el rumbo doctrinario del partido.
Rebeldías y rupturas
El Partido de la U, que ya había sufrido pérdidas de identidad tras la salida de figuras fundadoras, vive hoy una disputa abierta entre la gobernadora Dilian Francisca Toro y el presidente de la Cámara, Julián López Tenorio, promotor del movimiento La Nueva U. López planteó una renovación interna y criticó los resultados de gestión de Toro en el Valle del Cauca, mientras la dirigencia respondió con sanciones disciplinarias y suspensión de su militancia. El caso, más allá del conflicto personal, refleja el choque entre generaciones políticas y la dificultad de los partidos para canalizar la disidencia sin fracturarse.
Ni siquiera los movimientos más recientes escapan a la inestabilidad. En el Nuevo Liberalismo, la salida de Alejandro Gaviria, quien iba a encabezar la lista al Senado, dejó a la colectividad sin su figura más visible. La decisión de reemplazarlo por el jurista Mauricio Gaona obedeció a desacuerdos con los aliados de la coalición centrista, pero derivó en la ruptura de Gaviria con Juan Manuel Galán. El episodio exhibe los mismos síntomas que los partidos tradicionales: falta de acuerdos, personalismos y fragilidad institucional.
Un reflejo del desencanto ciudadano
La suma de estas crisis no es solo anecdótica. Según la Encuesta de Cultura Política del DANE (2023), apenas 1 de cada 10 colombianos declara tener “mucha confianza” en los partidos, y el 60 % no se identifica con ninguno. Son cifras históricamente bajas que confirman el desgaste de las estructuras partidistas como espacios de representación.
Durante décadas, el sistema colombiano pasó de un bipartidismo sólido a una multiplicidad de siglas sin arraigo, muchas centradas en figuras personales o alianzas coyunturales. En ese proceso, los partidos perdieron cohesión ideológica y disciplina interna. Las disputas actuales, desde la carta de Cepeda en el conservatismo hasta la rebelión de López en la U, son, en el fondo, síntomas de un modelo político que privilegia la competencia individual (personalista) sobre los proyectos colectivos y programáticos.
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La lectura institucional
Los conflictos en las colectividades tradicionales revelan tres tendencias estructurales en este periodo preelectoral:
- La ausencia de mecanismos democráticos eficaces para tramitar diferencias internas: las decisiones se toman por cúpulas o terminan expresándose públicamente.
- El personalismo: los liderazgos giran en torno a figuras, no a programas, lo que convierte cada relevo en una disputa de poder y/o de egos internos.
- La desconexión con la ciudadanía: los partidos ya no logran interpretar ni canalizar las demandas sociales, lo que abre espacio a candidaturas independientes y movimientos por firmas.
De cara a 2026, la crisis partidista plantea un riesgo doble. Por un lado, fragmenta el voto de oposición, dificultando la construcción de alternativas coherentes frente al Gobierno. Por otro, profundiza la desconfianza ciudadana hacia las instituciones representativas, alimentando el desencanto y la búsqueda de opciones por fuera del sistema tradicional.
Superar esa crisis no será tarea de un ciclo electoral y, posiblemente, no se resuelva pronto. Exigirá ejercicios de reorganización interna en la forma de elegir dirigentes, abrir deliberación y recuperar identidad ideológica. Mientras tanto, la política colombiana transita hacia 2026 con un sistema de partidos debilitado, dividido y cuestionado en su papel más esencial: representar a la sociedad ante el Estado
