
Llega con una sonrisa cálida, saludando a todos con familiaridad, como quien sabe que las formas también comunican. Pero detrás de ese gesto amable se revela enseguida una mujer firme, decidida, con la mirada clara de quien tiene muy claro a dónde llega y por qué.
Vicky Dávila no necesita presentación, pero esta entrevista nos deja verla desde otra dimensión: la de una mujer que cruza el umbral del periodismo a la política con la conciencia limpia y el corazón enfocado en lo que verdaderamente importa —su familia, sus convicciones y su país.
Hablar con ella es conversar con alguien que no le teme al poder, que dice lo que piensa con claridad, y que tiene claro que nada en su vida ha sido regalado. Su camino ha sido construido con trabajo, constancia y carácter.
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Esta entrevista no es un campo de batalla. Es un encuentro genuino, humano, cálido, sin odios ni prevenciones. Pero también es una conversación directa, sin rodeos, en la que Vicky habla con contundencia sobre su paso a la política, sus proyectos, sus razones y su verdad.
Hay mucha tela por cortar. Porque más allá del ruido, aquí está ella: periodista, mujer, madre, esposa, política… y sobre todo, una persona que no renuncia a sus convicciones.
Uno de los momentos más reveladores fue cuando le pregunté si estaría dispuesta a recibir preguntas incómodas, como las que ella misma hizo durante años. Sin dudar, respondió que sí. Y lo demostró. Fue una conversación sin filtros, pero también sin soberbia.
Hoy Vicky Dávila se sienta del otro lado. Ya no interpela desde el periodismo, ahora escucha desde la política. Pero lo esencial sigue intacto: su carácter, su instinto, su voz.
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“Yo no me le arrodillo a nadie”, dice con la misma firmeza con la que ha enfrentado al poder durante años. No llegó a la política a callarse, ni a negociar sus principios. Llegó con historia, con razones y con una convicción: que sí es posible hacer las cosas bien… sin perder la voz.