Gabriel Becerra Yañez

Representante a la Cámara

Gabriel Becerra Yañez

El Congreso lanzó la moneda… y ganó la democracia

Mi elección como presidente de la Comisión Primera de la Cámara de Representantes fue calificada por algunos medios como algo “insólito”. En efecto, acudir a lo que señala el artículo 135 del reglamento del Congreso —la Ley 5ª de 1992— y definir una presidencia por sorteo puede parecer una excentricidad, o incluso una anomalía institucional. Pero ¿y si no lo fuera tanto?

En esta columna no solo quiero compartir los desafíos de una comisión clave para la vida democrática del país, sino también reflexionar sobre un vínculo tan insospechado como profundo: el que existe entre democracia y azar.

Para entenderlo, debemos remontarnos a la Atenas del siglo V A.C., cuna del modelo democrático más directo que se conoce. Allí, la participación ciudadana no se limitaba al derecho a la palabra en las asambleas públicas: incluía también la posibilidad real de ejercer directamente cargos de Estado. ¿El método para asignarlos? El sorteo.

Con un dispositivo llamado kleroterion, los ciudadanos depositaban fichas de identidad en ranuras, y mediante canicas de colores se decidía aleatoriamente quién asumiría cargos como magistrado, jurado o consejero. El objetivo era garantizar la igualdad ante la ley, limitar el poder individual, evitar el clientelismo y asegurar la rotación. En pocas palabras: democratizar el poder.

Lejos de ser improvisación, el sorteo era visto como una herramienta racional y justa para proteger la democracia. Y no era exclusivo del mundo antiguo. En la actualidad, el azar sigue cumpliendo un papel en decisiones colectivas: desde la selección de jurados en Estados Unidos, Reino Unido o Canadá, hasta la asignación de vivienda en Ámsterdam o cupos académicos en Francia. Siempre que el mérito no basta o que la demanda supera la oferta, el azar puede equilibrar la balanza.

Incluso en contextos donde la democracia representativa parece estancada, países como Irlanda han recurrido al sorteo para conformar convenciones constitucionales ciudadanas que han impulsado reformas donde los partidos tradicionales no se atrevieron. Este modelo, conocido como lotocracia, está ganando espacio en Canadá, Suiza, España e incluso Estados Unidos.

Teóricos como Jon Elster han sostenido que, en ciertas circunstancias, el uso del azar es una respuesta racional a dilemas donde la razón se agota. Lejos de ser una extravagancia, lanzar una moneda puede ser, a veces, la forma más equitativa de decidir.

Y así fue en Colombia. Ante un empate 20 a 20 en la elección de la presidencia de la Comisión Primera, se aplicó lo dispuesto por la ley: desempatar por sorteo. Una moneda de mil pesos —convertida en nuestro kleroterion del siglo XXI— definió el resultado. Fue un momento inédito: la primera vez que este mecanismo se usó para una decisión de este nivel en la Cámara.

Sin embargo, aunque la moneda haya sido el desenlace, no fue la suerte la que me trajo hasta aquí. Ha sido el fruto de décadas de compromiso: desde la lucha estudiantil hasta la construcción de unidad entre sectores progresistas; desde el trabajo en barrios populares hasta la defensa de los derechos sociales y la vida digna.

Hoy, asumo esta responsabilidad con humildad y con el compromiso de promover un funcionamiento plural, respetuoso y eficiente. Entre los retos de esta legislatura se cuentan la ley de sometimiento, la reglamentación  del Sistema General de Participaciones y la nueva aprobación del Ministerio de Igualdad. También promoveré el control político, el diálogo con el Gobierno y la participación ciudadana a través de audiencias públicas.

Porque, aunque fue el azar el que resolvió un empate, no fue el azar el que me formó como dirigente, ni el que me llevó de un barrio de Norte de Santander a presidir esta Comisión. Fue la convicción de que la política debe estar al servicio de la gente. Y con esa misma convicción, seguiré trabajando por una Colombia más justa, más democrática y en paz.

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