
Colombia no está gobernada por un proyecto de Nación, sino por un reinado de odios. Odios históricos, recientes, de izquierda, de derecha, de élites, de pueblo. Odios sembrados, cultivados y premiados.
La condena a Álvaro Uribe ha reactivado todas las pasiones que nos dividen. Pero no es solo él. Este no es el juicio de un expresidente. Es el espejo de un país donde ya no existen los matices, solo las trincheras. El que duda, traiciona. El que pregunta, molesta. El que perdona, pierde. El que grita más, gana.
Nos han enseñado a odiar más que a pensar. A odiar más que a dialogar. Y lo más grave: a desconfiar de la justicia, venga de donde venga.
- Lea también: Doctorados de conveniencia: la Universidad de Lanús entre honores y afinidades políticas
Porque mientras a unos se les condena por manipulación de testigos, a otros se les ha perdonado todo en nombre de una paz cada vez más lejana. ¿Dónde están los que hablaban de justicia transicional, reparación y verdad? ¿Dónde están los que firmaron acuerdos y prometieron un nuevo país?
¿En qué rincón se extravió la indignación frente a los delitos más atroces: el reclutamiento de menores, las violaciones sistemáticas, las extorsiones, los secuestros, los asesinatos a sangre fría? ¿En qué agenda política se archivaron los compromisos de reconciliación real?
Hoy se habla de justicia como si fuera una estrategia política, no un pilar democrático. Y de paz, como si fuera una medalla simbólica, no un esfuerzo diario de verdad y coherencia.
Los líderes que deberían unir, dividen. Los que deberían construir, insultan. Y los que deberían dar ejemplo, usan el odio como combustible de poder.
Colombia arde en discursos que no sanan, sino que polarizan. En narrativas que no buscan justicia, sino revancha. En ideologías que no proponen país, sino enemigos.
Ya no importa si se trata de Uribe, de Petro, o de cualquier otro. El país real está secuestrado por la lógica del bando. Por una política que ha hecho del resentimiento una bandera, y de la rabia, su forma de gobernar.
¿Dónde quedó la Colombia que soñaba con reconciliación?
¿Dónde quedó el liderazgo que invitaba a la grandeza y no a la revancha?
¿Dónde quedó la justicia para todos y no para los de siempre?
El problema no es solo el juicio. El verdadero drama es que ya no creemos en nada. Ni en la justicia, ni en la paz, ni en nosotros mismos.