
Treinta y cinco años después de una de las tragedias familiares más mediáticas del siglo XX, los hermanos Lyle y Erik Menéndez podrían quedar en libertad. En 1989 asesinaron a sangre fría a sus padres, José y Kitty Menéndez, en su mansión de Beverly Hills. El crimen conmocionó al país y el juicio que vino después se convirtió en espectáculo: jóvenes, millonarios, vestidos con trajes impecables y acusados de matar por ambición.
Pero ahora, en 2025, el caso ha dado un giro inesperado. Un juez californiano les redujo la condena de cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional a 50 años de prisión, lo que les abre la puerta para solicitar su salida inmediata. Ya cumplieron 35.
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Lo que vuelve a poner el caso sobre la mesa no es solo la sentencia, sino la pregunta que sigue sin respuesta: ¿actuaron por codicia o por desesperación? En el juicio, los Menéndez alegaron años de abuso sexual por parte de su padre. Dijeron que actuaron en defensa propia, que vivían aterrados, que el crimen fue la única vía de escape. La fiscalía, por el contrario, pintó otra escena: hijos ambiciosos que querían quedarse con una herencia de millones de dólares.
El jurado no les creyó. Fueron condenados. Pero décadas después, los nuevos testimonios y una serie documental de Netflix reabrieron el debate. ¿Fueron realmente víctimas silenciadas? ¿Hubo omisiones del sistema? ¿Estamos dispuestos a revisar las verdades que ya habíamos sellado?
El juez Michael Jesic reconoció su buen comportamiento en prisión, la consistencia de las nuevas pruebas y los cambios en la forma en que la sociedad entiende hoy los abusos intrafamiliares. Sin embargo, no es una libertad garantizada: la decisión final la tomará la junta estatal de libertad condicional y, en última instancia, el gobernador de California.
El caso Menéndez hoy no solo revive una historia vieja. También incómoda. Porque en el fondo, es más fácil aceptar que dos jóvenes mataron por dinero que aceptar que dos víctimas, en medio del horror, se atrevieron a matar a quienes los violentaban.
La justicia americana tendrá que decidir si les cree esta vez. Pero la opinión pública ya está dividida. En tiempos donde la narrativa lo es todo, los Menéndez vuelven al escenario… y el juicio —como el trauma— sigue abierto.