
Lizeth Reina, gestora social de la alcaldía de Tocancipá, Colombia, fue reconocida recientemente con el premio a la Mejor Líder Social Humanitaria de Colombia. Sin embargo, en lugar de vivir el galardón como un triunfo individual, decidió transformarlo en un acto de memoria y solidaridad. Liz —como la llaman— compartió el reconocimiento con Nuri, la madre de Emily, una adolescente de 15 años brutalmente asesinada en Chocontá, Cundinamarca.
"Cuando uno recibía un reconocimiento, lo lleva a pensar en esa historia, en todo lo que lo ha marcado... en la dedicación, el esfuerzo", reflexiona, recordando cómo aquel momento la conectó profundamente con Nuri y la tragedia de su hija. Esa empatía surgió de su propia maternidad: "yo soy mamá de un niño de 15 y de una niña de 3 años". De allí nació la Fundación Emily, creada para dar voz a mujeres víctimas de violencia y abuso. "Ella iba de camino a su casa, iba después de sus clases de música... nunca volvió a contestar el teléfono, nunca más volvió a aparecer", relata Ilicit, evocando el dolor de Nuri y su familia. La fundación, explica, busca amparar a mujeres que como ella han sufrido en silencio.
Raíces de vocación
La historia de servicio de Lizeth no comenzó en la alcaldía, sino en su niñez. Creció bajo el cuidado de su abuela materna, miembro de la Legión de María, quien la llevó desde los tres o cuatro años a visitar enfermos, entregar mercados y acompañar a quienes más lo necesitaban. "Esto lo empecé a hacer más o menos como a los 3 años, 4 años. Yo recordaba que todas las abuelitas se quedaban dormidas y yo terminaba el rosario y la persona que visitábamos estaba allí", recuerda con ternura.
De esas vivencias nació el programa “Canitas con corazón”, enfocado en el cuidado de los adultos mayores. A los 15 años, ya colaboraba en una fundación que entregaba materiales de construcción a familias vulnerables, consolidando un camino que más tarde se convertiría en misión de vida.
Servicio en Tocancipá
Su rol como gestora social en Tocancipá comenzó en 2008, pero fue hacia 2016 cuando, según ella misma reconoce, se produjo una conexión más profunda con la comunidad. "Yo siento que me vengo a conectar mucho más como en el año 2016, porque claro, tienes que abrir mucho más tu corazón, tu mente, tu espíritu", afirma.
Ese compromiso se tradujo en proyectos memorables: llevar adultos mayores a conocer el mar por primera vez, organizar quinceañeras para niñas que nunca habían tenido la oportunidad y acompañar a familias en momentos de crisis. La pandemia de 2020, con la incertidumbre y la vulnerabilidad que desató, reafirmó su convicción. "Hoy estoy totalmente convencida que mi propósito es servir y siempre le digo a Dios: 'Llévame donde pueda servir'", sostiene.
Una labor de escucha y empatía
El trabajo social, sin embargo, también trae consigo grandes desafíos emocionales. "Primero se debe tener una gran empatía en escuchar al otro", explica, destacando su programa “menos escritorio, más territorio”, que busca acercarse a la gente desde la cotidianidad. "Cuando uno se llena de empatía del sentir de lo que le está pasando al otro... porque fíjate que todas las historias de vulnerabilidad tienen un proceso. Tienen muchas veces heridas, muchas veces abandono y silencios".
Lizeth considera que la raíz de la prevención de la violencia de género está en el hogar. "La familia es el eje fundamental de la sociedad y si no trabajamos en unificar las familias, en lograr que los matrimonios se conserven", advierte. Para ella, la comunicación entre familia, escuela y comunidad es indispensable para brindar herramientas que permitan prevenir la violencia. "Somos adultos disfrazados, somos niños disfrazados de adultos manifestando todas esas heridas que muchas veces tenemos", reflexiona, llamando la atención sobre la necesidad de sanar el pasado.

Consciente de los retos sociales, hace un llamado a la acción de las instituciones: "Si yo pudiera pedirle algo a las instituciones sería eso, voluntad para defender a nuestras mujeres y a nuestros niños".