
Cada 27 y 28 de mayo se conmemora el Día de la Nutrición, una fecha que invita a reflexionar sobre la importancia de una alimentación balanceada para el bienestar físico. Sin embargo, hay un aspecto que a menudo se pasa por alto: la alimentación también influye directamente en nuestra salud mental.
Así lo advierte el psicólogo Zahir Eduardo Ramos Serrano, especialista en psicología del deporte y el ejercicio, y representante del capítulo Santander del Colegio Colombiano de Psicólogos (COLPSIC), quien hace un llamado urgente a reconocer que la relación entre lo que comemos y lo que sentimos es más estrecha de lo que se cree.
“La mente se cultiva con pensamientos, pero también con lo que ponemos en nuestro plato”, afirmó Ramos, en entrevista con Kienyke.com. Además destacó que, “Lo que consumimos a diario puede ser nuestro aliado o nuestro enemigo silencioso”.
Una epidemia alimentaria que afecta el cerebro
El contexto colombiano es alarmante. Según la Encuesta Nacional de la Situación Nutricional (ENSIN), más del 56 % de los colombianos presentan sobrepeso u obesidad, y los trastornos alimentarios van en aumento, especialmente entre niños, niñas y adolescentes. Aunque se suele asociar la alimentación con enfermedades como la diabetes o la hipertensión, su impacto en el cerebro y en la regulación emocional es igual de significativo.
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Ramos explica que una dieta alta en azúcares refinados, grasas saturadas y alimentos ultraprocesados puede alterar el funcionamiento del sistema nervioso. Esto sucede porque ese tipo de alimentación promueve procesos inflamatorios que afectan regiones cerebrales claves como el hipocampo y la corteza prefrontal, encargadas de la memoria, el autocontrol y la toma de decisiones.
Asimismo, incide en la producción de neurotransmisores como la serotonina, conocida como la “hormona de la felicidad”, y la dopamina, relacionada con el placer y la motivación.
“Una mala alimentación puede estar asociada a síntomas de ansiedad, depresión, irritabilidad, problemas de sueño, fatiga crónica e incluso trastornos del desarrollo como el TDAH en niños”, señaló el psicólogo.
Alimentación emocional: el ciclo silencioso
El especialista también llama la atención sobre la alimentación emocional, es decir, aquella que responde no al hambre física, sino a estados como el estrés, la tristeza o la frustración. En estos casos, las personas suelen recurrir a alimentos ultrapalatables —ricos en grasa, azúcar y sal— para obtener una sensación temporal de alivio. Pero el efecto suele ser pasajero y, con el tiempo, puede derivar en sentimientos de culpa, dependencia alimentaria y trastornos más complejos.
En adolescentes, este fenómeno puede traducirse en trastornos de la conducta alimentaria, dificultades en la concentración y alteraciones en su estado de ánimo. En adultos, en fatiga, bajo rendimiento laboral y afectación de las relaciones sociales.
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Alimentación consciente: una herramienta para sanar
Frente a este panorama, Ramos propone adoptar prácticas de alimentación consciente, un enfoque que invita a escuchar el cuerpo, identificar emociones antes de comer, y reconocer las verdaderas señales del hambre y la saciedad.
Algunas de sus recomendaciones incluyen:
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Comer sin pantallas ni distracciones.
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Agradecer por los alimentos antes de consumirlos.
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Masticar despacio y saborear cada bocado.
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Evitar comer por impulso.
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Reconocer cuándo se trata de hambre emocional y no física.
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Incorporar actividad física regular, que mejora la autoestima y ayuda a regular el apetito.
“Comer también es un acto emocional, cultural y social. Entender esto es vital para sanar la relación con la comida”, subrayó Ramos, y advirtió que “Una dieta saludable no se trata solo de contar calorías, sino de aprender a nutrirse con conciencia, respeto y equilibrio”.
Un llamado urgente
En un país donde la carga de enfermedad mental crece a pasos acelerados y los hábitos alimentarios se ven afectados por la pobreza, el estrés y la desinformación, la propuesta es clara: debemos repensar la manera en que comemos, no solo por salud física, sino por bienestar emocional.
“La salud mental y la nutrición están profundamente conectadas. Si queremos una sociedad emocionalmente más estable, debemos comenzar por revisar lo que ponemos en nuestra mesa”, concluyó el experto para Kienyke.com.