
En Colombia la fe se volvió digital. Ya no se mide en templos llenos, sino en seguidores, likes y consultas por WhatsApp. Pastores que hacen en vivos para pedir diezmos virtuales, gurús que ofrecen cursos exprés de iluminación y tarotistas que cobran por Nequi: la espiritualidad se volvió delivery. Llega a domicilio, se paga con un clic y promete alivio inmediato.
Más del 60 % de los colombianos asegura que su fe está por encima de cualquier institución. Ese vacío lo llenan nuevos “influencers espirituales” que encontraron en la ansiedad, la crisis económica y la incertidumbre social un terreno fértil para crecer.
Las iglesias tradicionales tampoco se quedaron atrás: misas en YouTube, retiros en Zoom y bendiciones en Telegram. El púlpito ahora es digital.
Pero detrás de esta transformación hay un punto ciego: todo este negocio escapa a la DIAN. Ni diezmos virtuales, ni limpiezas energéticas, ni consultas de tarot pagan impuestos. Es una economía paralela, invisible para el Estado, pero muy rentable para quienes la manejan.
Mientras al ciudadano de a pie le cobran IVA hasta en el pan, la espiritualidad exprés mueve millones sin control fiscal. En Estados Unidos ya hay pastores-influencers que facturan como empresas medianas. En Colombia, aunque no hay cifras oficiales, basta con ver la oferta de oraciones contra la envidia, cursos de sanación exprés y coaching del alma para medir la magnitud del negocio.
El problema es que en esta espiritualidad digital todo cabe: desde el consuelo genuino hasta el fraude descarado. Quien busca alivio puede encontrarlo, pero también corre el riesgo de caer en manos de quienes manipulan emociones y vacían bolsillos.
La pregunta es inevitable: ¿la fe sigue siendo refugio o se convirtió en un producto más en el carrito de compras? Y sobre todo: ¿hasta cuándo este millonario negocio digital seguirá escapando a la DIAN?