Mucho antes de que su nombre se convirtiera en titular nacional, Heidy Vivian Polanía Franco ya había expresado un temor que hoy resulta imposible pasar por alto. La jueza de control de garantías de Cúcuta había dicho públicamente que se sentía acosada, perseguida y que incluso temía por su vida. Sus palabras, registradas meses atrás en una entrevista, adquieren ahora un nuevo significado tras su muerte el miércoles 17 de diciembre, en su vivienda del barrio La Rivera, en la capital de Norte de Santander.
En una entrevista Polanía rompió el silencio sobre lo que calificó como una etapa de presión constante. Según relató, todo se intensificó luego de una polémica ocurrida en 2023, cuando fue grabada realizando un baile erótico durante una celebración del Día del Amor y la Amistad, presuntamente en un auditorio del Palacio de Justicia de Cúcuta.
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Lo que para ella fue un acto de expresión personal terminó convirtiéndose, según dijo, en el detonante de una serie de señalamientos, críticas y procesos disciplinarios, que traspasaron el ámbito profesional y afectaron su estabilidad emocional.
“No es invento mío”: el miedo hecho denuncia
Polanía fue enfática en aclarar que nunca había enfrentado denuncias por corrupción, y defendió su derecho al libre desarrollo de la personalidad, aun siendo funcionaria judicial. Sin embargo, reconoció que el impacto del escarnio público la llevó a modificar su comportamiento y hasta su forma de vestir.
“Intenté cambiar porque pensé que el error era mío”, afirmó en aquella entrevista. Pero ese intento, lejos de traer tranquilidad, derivó en un trauma psicológico. “No puedo ponerme una falda sin pensar que alguien me está mirando y juzgando”, confesó.
El testimonio fue más allá cuando aseguró sentirse perseguida. “Me quieren sacar. Tengo pruebas y grabaciones”, dijo, convencida de que la presión que enfrentaba tenía relación con un caso de corrupción. Su frase más contundente quedó registrada como una advertencia: “Tengo miedo por mi vida”.
Una figura incómoda para el sistema
La trayectoria de Vivian Polanía estuvo marcada por la controversia. A diferencia de otros jueces, no ocultaba su vida personal. En sus redes sociales, compartía imágenes y videos de reuniones sociales, lo que despertó críticas y abrió investigaciones disciplinarias.
Para algunos sectores, su comportamiento rompía con la solemnidad tradicional de la rama judicial; para otros, se trataba de una mujer que se negaba a encajar en estereotipos. Esa exposición constante la convirtió en una figura incómoda, pero también en una de las juezas más visibles de la región.
Mientras la Fiscalía avanza en el esclarecimiento de las causas de la muerte, las declaraciones pasadas de Vivian Polanía resurgen con fuerza. Lo que en su momento fue visto como una denuncia aislada, hoy se convierte en una pieza clave dentro de un caso rodeado de interrogantes.
Las advertencias están ahí, registradas, claras. Y ahora, en medio del silencio que dejó su muerte, la pregunta persiste: ¿fueron escuchadas a tiempo?
