
No es casualidad. El mismo día en que Gustavo Petro anunció desde Beijing la adhesión formal de Colombia a la Ruta de la Seda, Donald Trump proclamaba desde Ginebra un “reinicio total” en las relaciones comerciales entre Estados Unidos y China. La política internacional no funciona por coincidencias. Lo que estamos viendo es un reacomodo brutal del tablero geopolítico global, y Colombia, sin haberlo previsto, se metió en el centro del juego.
La Ruta de la Seda, ese megaproyecto chino que busca expandir su influencia por el mundo con inversiones en infraestructura, tecnología e inteligencia artificial, ya tiene nueva estación en América Latina: Bogotá. Y mientras el gobierno celebra lo que llama una alianza soberana y estratégica, en Washington no deben estar precisamente brindando.
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Trump, que durante su primer mandato impuso una guerra comercial feroz contra China, ahora decide flexibilizar aranceles y tender puentes. Y justo en ese momento, Colombia decide sellar un acuerdo con Pekín. ¿Casualidad? Difícil creerlo.
Colombia históricamente ha sido aliada de Estados Unidos. Pero hoy el mensaje es claro: el país quiere moverse entre dos gigantes, sin parecer subordinado a ninguno. El problema es que cuando juegas con dos potencias, tarde o temprano te exigen que escojas bando. Y ese momento puede estar más cerca de lo que creemos.
¿Qué busca Petro al aliarse con China? Desarrollo, sin duda. Acceso a tecnología, financiamiento, presencia internacional. Pero también está mandando una señal: quiere redefinir el lugar de Colombia en el mapa. Lo que no está claro es si tiene el control de los tiempos y de las consecuencias.
La Ruta de la Seda no es un regalo: es una apuesta que ha dejado endeudados a países como Sri Lanka, donde China terminó administrando un puerto por 99 años. ¿Qué pondrá Colombia sobre la mesa? ¿Puertos? ¿Minería? ¿Confianza?
Y mientras tanto, Trump no calla. Aun con su estilo incendiario, sabe que lo que está en juego no es solo comercio, sino poder. Y no se va a quedar quieto si siente que China le gana terreno en su propio “patio trasero”.
Colombia está jugando una partida mayor. Lo preocupante es que quizás no se ha dado cuenta del tamaño de los jugadores que tiene al lado. No todo lo que brilla es oro. Y no todo lo que viene de China es desarrollo sin costo.