Muchos nos piden “bajar el tono” y hablar de unión. Claro que debemos unirnos, pero para defender a nuestro país de los narcoterroristas, no para guardar silencio. Desde el Gobierno se ha impuesto una estrategia para dividir y silenciar, financiada con nuestros impuestos en propaganda y burocracia. Con ese discurso, el presidente ha sembrado odio, fabricado enemigos y ha romantizado la lucha armada, siguiendo el guion del Foro de São Paulo.
Por el contrario, no podemos quedarnos callados: tenemos que salir, hablar y seguir denunciando cómo este gobierno está cediendo el control territorial a los bandidos. Unirnos, sí, pero para defender a Colombia. Y que no se equivoquen: no nos van a callar.
No guardaremos silencio frente a la desinstitucionalización, donde se nombran personas sin experiencia ni requisitos, como si los manuales de funciones fueran caprichos. El propio presidente admitió que nombró a su amiga íntima para “retar a los ciudadanos”. Cambiar normas para acomodar nombramientos destruye la meritocracia y el estado de derecho.
No podemos normalizar el nombramiento de un ministro porno que en sus redes proclama frases como “quiero verga y drogas”. Los cargos públicos exigen idoneidad profesional, pero también solvencia moral.
Mucho menos podemos aceptar que desde la jefatura de gabinete se hable de cerrar el Congreso o de reelegir al presidente por 20 años. El silencio del mandatario frente a esas declaraciones es elocuente.
No es tolerable que el gobierno busque peleas internacionales con nuestros socios estratégicos mientras se alinea con dictaduras. Ni que la desidia deje abandonadas regiones como el Catatumbo o el Chocó, sumidas en la violencia, mientras el presidente se concentra más en lo externo que en lo interno.
No callaremos ante el reclutamiento de niños, que en algunas zonas creció hasta 300%, ni frente a políticas que premian a criminales e ignoran a los jóvenes honestos.
Mucho menos ante la corrupción de la UNGRD, ejecutada desde Palacio, uno de los robos más grandes de los últimos tiempos, y la protección que el gobierno dio a Carlos Ramón González para facilitar su fuga.
No podemos callar cuando las superintendencias se convierten en policía política al servicio del gobierno, usadas para intimidar a opositores.
Tampoco aceptamos una “paz total” improvisada que fortaleció a los grupos narcoterroristas: más hombres en sus filas, más coca sembrada, más control ilegal. Ni la expansión de la minería ilegal y la deforestación que destruyen la Amazonía.
No nos van a callar frente a los ataques sistemáticos contra la prensa. El presidente y su gobierno han estigmatizado a periodistas, violando la libertad de expresión.
Tampoco frente a una justicia selectiva que no ha condenado la farc -política, a la falta de resultados de la JEP ni a los computadores de Raúl Reyes que revelaron el brazo político de las FARC.
No vamos a permitir que la crisis de salud creada por este gobierno siga cobrando vidas de colombianos que mueren sin atención ni medicamentos. Eso también es violencia de Estado.
Y no guardaremos silencio ante el asesinato de Miguel Uribe, estigmatizado con 43 trinos desde la cuenta del presidente, convertido en blanco político y hoy bajo tierra por pensar distinto. El cinismo al negar el carácter político de este crimen solo aumenta las sospechas. Tampoco callaremos frente a la omisión de la Fiscalía, que tenía información previa del atentado y aun así no actuó para protegerlo. Exigimos judicialización en Colombia y en instancias internacionales.
El asesinato de Miguel no puede alejarnos de la política: debe ser un llamado a que la gente buena y honesta se involucre. Si quienes tienen vocación pública se rinden por miedo, dejan el espacio a corruptos y violentos.
Hago un llamado a que nadie se quede callado. La democracia se construye participando, no con el silencio.
Los empresarios se han replegado por miedo, pero opinar no es delito. Participar en política es un derecho legítimo. Mientras tanto, los sindicatos sí ejercen activismo abierto, incluso violando la ley. Ellos han llenado el espacio que otros dejamos vacío.
Ya no más. La política no puede quedar en manos de los corruptos, de los narcoterroristas ni de su brazo político. Es hora de recuperar la palabra, el debate y el futuro.