
Las renuncias coordinadas de la UP y el PCC no equivalen a una rendición, sino a un cortafuego jurídico y político. Al dejar la consulta bajo el paraguas del Polo Democrático, se reduce la ambigüedad sobre si el ejercicio es partidista o interpartidista y, con ello, se mitigan riesgos de inhabilidades y demandas.
El anuncio lo expresa sin rodeos: “Estas renuncias se presentan para preservar el carácter partidista de la consulta”.
Sin embargo, el trasfondo explica la maniobra, pues el Pacto Histórico no tiene personería jurídica y, en la práctica, funciona como una coalición de partidos. El traslado técnico hacia el Polo privilegia la viabilidad legal sobre la amplitud política, pero implica un reto comunicacional: los militantes del Pacto deben acudir a una jornada que, en términos jurídicos, es interna del Polo.
Así, el resultado dependerá del manejo comunicativo del Pacto para movilizar votantes, pese a las ambigüedades.
Según Juan Camilo Gómez, abogado e investigador de Congreso Visible de la Universidad de los Andes, las consultas internas son “aquellas en las que solo pueden participar los miembros afiliados al partido”, mientras que las interpartidistas “se dan cuando la consulta no es convocada por un solo partido político, sino por una coalición”.
Quintero por fuera, cálculo por dentro
La decisión de la UP y el PCC responde a la misma lógica que llevó al exalcalde Daniel Quintero a retirarse de la consulta, aunque con estrategias opuestas. Quintero eligió la ruta más disruptiva: salir y convertir la incertidumbre normativa en relato político (“yo advertí el riesgo”). De esa forma, conserva margen de maniobra y visibilidad.
Si hubiese permanecido, los tres precandidatos competirían por el aval del Polo sin mayor choque técnico. Su salida dejó al Pacto un reto inmediato, principalmente organizativo: demostrar control del proceso pese al cambio de reglas y la pérdida de una figura mediática.
Votos contados, filtro en marcha
El 26 de octubre no solo define un nombre presidencial o el orden de las listas legislativas: mide el caudal electoral.
El objetivo del Pacto (vía Polo) es conocer cuántos votantes logra movilizar bajo reglas más estrictas y cómo se distribuyen por regiones. Esa métrica alimenta la estrategia de “cuatro vueltas electorales”: consulta, Frente Amplio, primera y segunda vuelta presidencial.
Más que un debate ideológico, la apuesta del Pacto es unificar la marca. Busca consolidar a toda la izquierda bajo un solo rótulo, combinando listas cerradas para 2026 con una identidad común que el elector reconozca y repita en todas las papeletas.
La consulta del 26 opera como un primer filtro de liderazgo: quien logre más votos llega fortalecido a la mesa de alianzas con un caudal medible y un mapa de lealtades.
Si se consolida el carácter partidista, el resultado ordena; si persiste la ambigüedad, habrá utilidad política pero ruido jurídico; y si predomina la lectura interpartidista, reaparecerán litigios con costos de tiempo y energía.
En cualquier escenario, 2026 se jugará menos en el contraste programático y más en la capacidad de convertir esa marca única en una elección repetible.